FUGA TRAVIESA

Ese día Soledad y Aurora cogieron su mochila y marcharon sin mirar atrás. Guiadas por el arrebol crepuscular que teñía de rojo el tapiz de sus pensamientos, paladearon el sinsabor de su silencio.
 
En su camino, conocieron a Olvido, una elocuente niña que retaba al mundo con su ilusión inmarcesible. Aunque el encuentro fue efímero, el murmullo efervescente de sus palabras insistió en acompañarles a cada paso. Fue así como retomaron el buen hábito de la conversación.

Horas después fueron capaces de mirar el mundo con ojos renovados y descubrieron que la fina luz estelar de la noche emitía iridiscencias etéreas que minaban sus sueños con semillas de serendi
pia.
 
Por la mañana, sintieron que el melifluo gorjeo de un pajarillo en la rama de un árbol era la inequívoca señal del final de su inefable epifanía.

Cada año, en la misma fecha, reviven su odisea y recorren la calle que les llevó hasta la glorieta. Desde allí, contemplan el amanecer sentadas bajo ese mismo tilo y rememoran la escapada pueril que les regaló el amor de su amistad.