El gol de la discordia


Triquiñuelas aparte, llegó la hora de la verdad. Sentado frente a todos, en calidad de oveja descarriada, gritos de hinchas y pupilas amenazantes me acribillaban.

La rueda de prensa era una encerrona. ¿Cómo explicar lo inexplicable? El contrato mantenía mi culo pegado a esa silla, mientras buscaba las palabras justas que aquel auditorio debía escuchar.

El míster, con aparente calma, me cedió la palabra.

─ Bueno, el chute de Lolo me ha pillado desprevenido, el balón ha chocado con mi cabeza, ha quebrado su trayectoria y ha entrado por la escuadra de la portería. Son cosas que pasan.

Un exaltado, tomó sin permiso la palabra.

─¡Sí, claro! ¿Desde cuándo un gol metido gracias al cabezazo de un árbitro es algo normal?

Propósito de enmienda


─Salía humo por el capó del coche y allí, en medio de la carretera, me sentí el único ser vivo del universo. Otra vez me había olvidado el móvil. Esperé a que se enfriara el motor para intentar ponerlo en marcha nuevamente, pero no hubo suerte.

»Caminé varios kilómetros sin encontrar a nadie y, cuando ya anochecía, encontré finalmente una señal informativa: “Bienvenido a Chilches/Xilxes”. Aligeré el paso al ver que un manto de luces salpicaba la noche estrellada que caía sobre mis hombros. La silueta desigual de los edificios ejercía sobre mí una atracción poderosa y, como guiado por el canto de una sirena, crucé varias calles hasta llegar a la playa. Dejé que el mar aliviara mis doloridos pies y que mis ojos cansados se deleitaran con tan bella imagen. Seguramente acabé dormido sin darme cuenta.

─Muy bien caballero. Haga el favor de levantarse. Voy a pasar la máquina limpiadora por este tramo y no quiero que tengamos problemas ninguno de los dos.

Aquel operario me miró de reojo, antes de volver a montarse en su artefacto y, cuando me vio en pie, continuó con su trabajo.

Palpé mi bolsillo y noté la silueta de mi móvil. Seguía allí. De vuelta a casa, encontré mi coche aparcado en la puerta.

Me prometí que aquella era la última vez que celebraba la noche de San Juan tomando unas copas con Mario.

Caso sin resolver


Aquella mañana me pasé por la oficina a primera hora para evitar patéticas despedidas de compañeros que, en el fondo, se alegraban enormemente de perderme de vista. Dejé mis llaves y mi identificación en el buzón de recursos humanos. Olvidé hacerlo el día antes y nadie se dio cuenta.

Reducción de plantilla. Una ruleta rusa que apuntó erróneamente hacia mí. Pura matemática. Sobraba uno. ¿Yo?

Mientras recogía mis caramelos de menta, Jaime dejó su café en la mesa contigua y musitó un saludo legañoso que me indignó. Si me hubiese visto muerto, ni se hubiese inmutado. ¡Cómo podía aquel ser inerte mantener su puesto!

Un abrecartas afilado lo puso en el lugar que se merecía.

La policía entrevistó a todos los trabajadores y no encontró ninguna pista.

Al día siguiente, mientras tomaba una cerveza en el sofá, llamaron para rogarme que me incorporara de nuevo al trabajo.