Contemplado en paisaje, intentaba
desoír la verborrea desatada de mi hija salpicada por los monosílabos de mi
marido. La indumentaria para la ceremonia de Graduación había acaparado la
tarde de compras y había dejado en off mis ganas de conversación. Superado su
segundo de Bachillerato, nos esperaba la tortura de la Selectividad; unos días
más para sufrir en familia. Noelia casi tenía un pie en la universidad y tantas
emociones concentradas habían estallado en mi cabeza, como esas pastillas de
liberación prolongada, que se toman por la mañana y duran todo el día. Deseaba llegar a la calma chicha del hogar,
tirarme en el sofá y dejar mi mente en blanco.
El sonido de mi móvil me sacó del
aletargamiento. Me costó encontrarlo entre las mil cosas que llevaba en el
bolso. “Papá casa”, debía contestar. Mi madre, entre sollozos, balbuceó que mi
padre acababa de sufrir un accidente con el coche. Noté cómo un muro me
aplastaba la cabeza. ¡¡¡¡¿Qué?!!!! El
lugar del suceso, la posibilidad de que hubiese salido ileso y que no había más
vehículos implicados, poco más me pudo decir. Nos veríamos allí.
Ya cerca del punto fatídico, los
metros parecían multiplicarse. Podía escuchar el trote acelerado de mi corazón,
mientras flotaban mil preguntas en el aire que nadie podía contestar. En mi
interior, una voz repetía incesante una oración.
Bajando el puente sobre la
autopista, vi el coche de mi padre apartado a un lado de la carretera. A la
vez, en mi retina, superpuesta, la imagen de una ambulancia con las luces
encendidas que se alejaba de allí. Noté un fuerte nudo en mi garganta y sentí
que me faltaba el aire ¿Seguro que estaba ileso?
Un par de agentes de la Guardia
Civil y un agente de la Policía Local hablaban junto al vehículo siniestrado.
Un segundo fue suficiente para comprobar que el morro del coche era un
auténtico acordeón. ¿Cómo habría salido de allí?
Mi madre, que iba a subir al
coche de mi hermano cuando llegamos nosotros, ya más serena, nos dijo lo habían
llevado al centro médico para hacerle unas pruebas y que la cosa no pintaba
mal. Yo no las tenía todas conmigo.
Noelia se montó en el coche con
ellos y nosotros nos quedamos para arreglar el papeleo con los agentes. La grúa
llegó rápidamente y, finalizado el protocolo, nos fuimos hacia Almenara.
Un “doble yo” había logrado
mantener el tipo en los momentos previos al encuentro pero, al ver la cara de
mi padre en la sala de espera, sentí que iba a derrumbarme. Mi padre lloraba. No
recordaba si alguna vez lo había visto llorar. Me acerqué y le di dos besos
pequeños, como los que se dan a los recién nacidos esperando no romper su
frágil cuerpecito. Aún así, toda aquella delicadeza no fue suficiente para
enjugar sus lágrimas.
Cara y brazos, llenos de
quemaduras de airbag, y cuerpo, cargado de dolor por la tensión del cinturón de
seguridad. Un Todo insignificante comparado con el sentimiento de impotencia
que invadía su ser.
Divagar sobre las posibles causas
de un accidente cuando ni el propio conductor recuerda qué ha sucedido, es una
pérdida de tiempo. Quizás, quizás, quizás…
Doce días después, llegaba la Graduación
de Noelia. Ni me había comprado un vestido ni había ido a la peluquería. Ella
estaba resplandeciente. Enmascaré mi tristeza tras una sonrisa de porcelana,
sintiéndome espectadora de la celebración que me rodeaba. Ese día, caí en la cuenta de que la
importancia de las cosas depende del momento en que suceden. Antes del
accidente, la pompa y boato de la gala lo habría sido todo para nosotros; tras
él, aquello carecía de sentido.
La mañana que mi padre cayó sobre
el suelo sin control alguno de sus piernas, obtuvimos respuestas. Un coágulo de
sangre en la cabeza, un derrame cerebral y un posible billete de ida a ninguna
parte. Lo operaron esa misma tarde, veintisiete días después del accidente.
Nadie nos prepara para superar
con éxito las trabas de la vida ni te avisa del calvario que aún te queda por pasar.
Según el neurocirujano, la intervención había sido un éxito.
Cinco meses después, aparcada la
silla de ruedas, la angustia y los temores, puedo confirmar que efectivamente fue
un éxito. Hemos tenido días grises, momentos de duda y minutos de tensión, pero
la fortaleza de mi padre los ha superado todos.
Hoy he vuelto a ver su sonrisa,
su paso quedo y su habla amable y me ha confortado la idea de tenerlo aún a mi
lado.
Yolanda,simplement"FANTASTIC"
ResponderEliminarQuant de sentiment i que ben expressat, mas fet emocionar.
No sabem tot lo que podem aplegar a passar, ara a difrutar de tindrel al costat.
Per cert Noelia estaba molt guapa.
ENHORABONA
Moltes gràcies Carmen pel comentari. Sí, aixó pense fer, gaudir d'ell ara que puc. Noelia estaba molt guapa, en part gràcies al monyo que li vas fer. Un beset
EliminarGraduación-accidente-vuelta a la graduación. Impresionante narración. Excelente. Por cierto, ya no me llegan por correo electrónico tus aportes al blog. De ahí que pensara que lo habías dejado en barbecho. Ahora tendré que ir bajando y recuperar las narrativas perdidas. ¿Has quitado la opción de aviso por correo?
ResponderEliminarMuchas gracias Janial. Las había dejado en barbecho como bien dices. He dedicado todo mi tiempo libre a mi padre. Revisaré la opción de aviso por correo y me pondré al día con todas las lecturas que me he perdido este año.
ResponderEliminarEres estupenda. Sabes sacar de ti la riqueza de tus sentimientos plasmados en palabras. Gracias por hacernos sentir con ellas!!!.Un beso para ti y para tu padre!!
ResponderEliminarMuchas gracias, Ilu. Qué ilusión leerte. Ojalá algún día podamos quedar para tomar algo y recordar viejos tiempos.
EliminarSí, se lo daré de tu parte.
Que pases unas felices fiestas. Un beso.