Navidad a la vuelta de la esquina



  A todos,
 
FELIZ  NAVIDAD
͡͡   ͡   ͡   ͡   ͡   ͡   ͡   ͡   ͡   ͡   ͡   ͡
Que la magia de estos días ponga un poco de color en nuestras vidas
 
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Tañido surrealista

Mi hija Noelia, tocando el badajo de la vieja campana de la abadía de Corvey (Alemania, 2010)

El ronco badajo de la campana recibió al  nuevo milenio mientras un ejército de corazones  helados despedía su alma. ¿Había llegado el fin de los tiempos?
        No. Eran botines de guerra reclamados por Lujuria. La todopoderosa decidió pasarlas por la guillotina. ¿Qué haría un mundo sin almas?
        ¿Quién puede decapitar un alma si no tiene cabeza? Eso es propio de la Revolución Francesa.
        ¡Ea, pues! Que regresen las almas a sus cuerpos, que no tienen derecho a  vacaciones.


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 (Nota al pie engrandecida siguiendo el sabio consejo de mi amigo Janial)
 
Este micro fue resultado de un arrebato automático de escritura, fruto de la propuesta realizada en el programa de Radio en Colectivo de Mislata de 20 de noviembre de 2012. La idea era concentrar tres palabras (alma, lujuria y revolución) en un relato surrealista. Aquí lo dejo, para quien guste leerlo sin lupa. Su lectura fue radiada el 27 de noviembre de 2012 en ese mismo programa.

 

El mundo se ha vuelto loco


Alegría,  Amor y Felicidad abandonaron la sala de juego y nos dejaron solos. Mi adversario había ganado todas las partidas. Era mi turno. No se trataba de dinero, la inmaterialidad era la única exigencia. ¿Qué podía ofrecer yo?

      ─Algunos creen que Tristeza, Desamor y Amargura pueden soportarse. El mundo se ha vuelto loco y no sopesa sus apuestas  ─me dijo con la expresión severa, mientras esperaba la mía.

      ─Pues yo…   apuesto mi sombra, creo que podré vivir sin ella si pierdo  ─lancé osado, mientras parecía taladrarme con  sus pupilas infinitas.

      ─Acepto tu apuesta, aunque ya veo que desconoces las leyes de la Física ─soltó sin más.

      Como era de suponer, perdí.  Desde entonces, la Tierra tiene dos lados oscuros.

Antes de las doce




En el bolsillo de su chaqueta, un billete de avión. La sonrisa forzada oprimía las palabras.  Adiós. Nos vemos. Llámame. Te llamo. Doce años sin llamadas.

      El pasado le despertó bruscamente reclamando su regreso. Sentado ante la puerta de embarque, el latido de su corazón dormido reseteó  su vida. 

      El féretro aguardaba en el tanatorio. Un desolado adiós para enterrar su última esperanza.

      Un amigo le citó en casa del notario antes de las doce. No pudo articular palabra. Allí  escuchó la última voluntad de Clara. La noticia le pilló desprevenido.

     La niña  lloraba, huérfana de amor, temiendo lo desconocido. Un cruce de miradas acortó la distancia entre sus mundos. La voz de la sangre, silenciosa, llamaba a su puerta.

Un regalo, una ilusión


Escondida debajo de mi almohada, espero impaciente el día de los Reyes Magos. No puedo dormir. El pie de mi árbol de Navidad está más pelado que nunca. Este año no hemos puesto el nacimiento porque las figuritas de barro se rompieron el año pasado. Les cayó una silla encima y las rompió en mil pedazos. Mi madre dijo que compraríamos otras, pero no lo ha hecho. Yo había pintado un nacimiento en una hoja de papel y lo había dejado apoyado en la pared, junto al árbol, pero mi hermano se ha encargado de hacer un avión con mi dibujo y le ha prendido fuego después. Temo que este año no aparezcan esos regalos mágicos que tanto deseo. La muñeca que habla y hace pipí, la casita de tela para esconderme dentro y el osito que cuenta cuentos maravillosos. Sólo tengo siete años, supongo que Gaspar se acordará de mí.

           Sin pegar ojo y atenta  a los ruidos de la casa, me he puesto a recordar cómo han transcurrido estas fiestas navideñas. Hemos pasado la Nochebuena y la Navidad con mis tíos, mis primos y mis abuelos, en Jaén. Guardo un bello recuerdo de aquellos días. Siempre junto a la mesa, comiendo y cantando. Me encantan los adornos que mi abuela tiene colgados por su casa: las campanillas, los muñecos de nieve, las bolas de colores, las guirnaldas doradas y plateadas, los angelitos de porcelana y de cristal, las estrellas de Navidad,… ¡Nuestra casa parece tan triste en comparación! Al regresar a Madrid, recibimos la Nochevieja con un resfriado. Mi  madre dijo que dejaríamos las celebraciones para el Roscón. Y, así ha sido.

           Esta noche, para la cena del Roscón, mi madre ha cocinado pollo con nueces y ciruelas pasas, y todos le hemos dicho que tenía un sabor delicioso. Yo me he dejado las nueces y las ciruelas, pero el pollo estaba riquísimo. Mi amiga Marta dice que su familia lo celebra en un restaurante y toman varios platos y postre y  acaba tan llena que le entran ganas de vomitar. Yo creo que le gusta comer demasiado y por eso le pasa lo que le pasa.

           De postre,  mi padre ha sacado la caja de polvorones. La tenía escondida detrás del televisor desde hacía un mes, pero todos fingíamos que no la veíamos. Cuando los ha puesto sobre la mesa, hemos aplaudido con cara de sorpresa. Ha dicho que tocábamos a tres cada uno y que no valía repetir el sabor. Así,  los probaríamos todos.  Cuando mi hermano ha preguntado por el  Roscón, le ha dicho que se había olvidado de comprarlo y ha puesto cara de pena. Y luego, cuando le ha preguntado por el turrón, parecía que iba a ponerse muy serio pero, de repente, le ha entrado la risa tonta y todos nos hemos puesto a reír. No sé por qué, ha dicho que este año los turrones engordan más que nunca y no estaba dispuesto a que perdiésemos nuestra esbelta figura. Lo dirá por nosotros, porque él tiene una barriga que muy esbelta no es.

           He echado de menos los turrones. A mí me gusta mucho el de chocolate aunque siempre acabe manchándome y me riña mamá. A mi hermano le encanta el de Alicante porque es duro y puede partirlo sobre mi cabeza. Sabe que me chincha  que haga eso y cuando menos se lo espera, le rompo otro trozo en su cabeza y hacemos las paces. En cambio, a mis padres les encanta el de Jijona, tan blandito y tan empalagoso que se ponen cariñosones. No sé por qué se ha empeñado mi padre en que guardemos la línea este año con lo bien que lo pasamos cuando comemos turrón.

           Acabo de oír un ruido, alguien ha abierto la ventana del comedor. Dicen que los Reyes Magos entran por cualquier puerta o ventana y que sus camellos esperan en la calle o el balcón. En mi caso, deben esperar sobre una alfombra mágica, porque yo no tengo balcón. Tengo ganas de levantarme para mirar, me gustaría ver si es Gaspar. Pero sé que no debo levantarme porque si lo hago desaparece la magia y me quedaré sin regalos. Traje unas algarrobas de Jaén para los camellos y las dejé en el macetero vacío que tiene mi madre en la ventana, para que coman los pobres mientras esperan que sus majestades de Oriente terminen con el reparto.

           Mi hermano, tiene dos años más que yo, pero no es más que un ignorante. El pobre cree que los Reyes no existen y son los padres los que compran los regalos y los ponen en el árbol, junto al nacimiento.  Y me ha dicho que este año no tendremos regalos porque papá se ha quedado sin trabajo. Se cree que yo me chupo el dedo. Yo sé que no pueden ser mis padres porque no tienen dinero para comprar regalos y por eso, precisamente, son los Reyes Magos los que dejan los regalos a los niños que nos portamos bien.

           Pensándolo bien, creo que he sido egoísta pidiendo a Gaspar la muñeca, la casita y el osito. ¿Aún estoy a tiempo de cambiar mi carta, Gaspar? Perdona que te avise con tan poco tiempo, pero prefiero borrar lo que te había pedido y pedirte que traigas un trabajo para papá. Creo que con ese regalo, todos seremos más felices. Seguro que Marta, me dejará jugar con sus muñecas, su casita y su osito cuando vaya a jugar a su casa.

           Otra vez la ventana. Seguro que Gaspar me ha oído y se ha ido pronto porque me ha hecho caso.

           El pesado de mi hermano ha venido a despertarme. Dice que no hay regalos en el árbol pero yo estoy muy contenta aunque él no pueda entenderlo. Le digo que cambié mi carta en el último momento y sólo pedí un trabajo para papá. Me acerco al salón y mi madre tiene un paquete para cada uno. Nos dice que este año es un año difícil para todo el mundo y que sólo nos han dejado unos calcetines. Yo le doy un beso gordo en la mejilla con la cara sonriente. Luego le doy otro a papá y le digo que este año tendremos el mejor de todos los regalos. Me abraza fuerte y sale a la calle para respirar el aire fresco de la mañana.

           Mi hermano se pone a cortar tiras en un periódico viejo. Dice que vamos a llenar la casa de guirnaldas. Río como una loca dispuesta a  ponerme manos a la obra pero, antes, doy una ojeada al macetero de la ventana. Las algarrobas no están. Sé que mi carta no ha caído en saco roto.