Un adiós sin preaviso

Se rascó la cabeza varias veces antes de hablar, necesitaba digerir lo que acababa de escuchar y sacudir esa energía negativa que se estaba instalando en su persona.

            Laura había entrado por la puerta y se había dirigido a la cocina. Él estaba preparando la cena y saludó sin mirarla. Una escena habitual que fue quebrada aquella noche porque ella le había anunciado que iba a marcharse para siempre de su lado.

           La noticia dejó helado a Samuel, pero quiso creer que aquello no era más que una rabieta, un pulso entre ambos, una situación pasajera que él sabría manejar. Apagó el fuego, dejó lo que estaba haciendo y se lavó las manos. Se armó de paciencia y  le pidió que fuesen a hablarlo tranquilamente a la salita. Estaba seguro de poder convencerla para que olvidase aquella tontería que acababa de soltarle, porque ella no podría estar mejor en ningún otro lado que no fuese junto a él. Se sentaron en el sofá, separados. Ella le dijo que tendrían tiempo de hablarlo todo y que lo suyo ya no tenía solución. Samuel miró a los ojos de Laura y no encontró dudas en ellos, ni el más mínimo rastro de esperanza. ¿Cómo habían podido llegar hasta esa situación? ¿En qué momento la perdió? ¿Tanto daño le había hecho? ¿Podía existir otro hombre en su vida? No, eso no, sabía que eso no era posible. Se atrevió a hablar.

           ─No puedo creerlo ¿Esto es definitivo? ¿Todo se ha acabado? Lo nuestro no puede terminar así, nos queremos demasiado ─miraba atónito a Laura, herido de amor, desvalido ante la dureza de aquellas palabras.
─Sí. Dejémoslo aquí. No nos hagamos más daño. Llevamos demasiado tiempo discutiendo por todo. Hace años que perdimos la ilusión y dejamos que nuestro amor se esfumase. Es mejor que cada uno se vaya por su lado. Sin rencor. Pasemos página y comencemos otra etapa separados.

            La voz de Laura era firme y serena. Parecía tenerlo muy claro, no era una decisión tomada a la ligera. Volvió a recordarle a aquella joven que le arrebató el corazón años atrás, cuando él sólo pensaba en jugar a fútbol con sus amigos. Una joven con las ideas muy claras, por la que hubiese dado la vida si hubiese sido necesario.

            Llevaban demasiado tiempo distanciados, hacía tiempo que aquella casa había dejado de ser un hogar.

            En el descanso, siempre fueron incompatibles, ella tenía frío, él pasaba calor. Los primeros años, todo fue soportable, llevadero. Con el tiempo, Samuel decidió irse a la otra habitación. La cama era más pequeña pero fingía no importarle, separados podrían dormir bien los dos, ella tapada hasta el cuello y él tumbado sobre la colcha. No tardó en recriminarle que era ella la que le había echado de la habitación con tantas reprimendas. Ella se defendía recordándole que nunca le había dicho que se fuese de su lado, únicamente que no la destapase. Con la refrigeración y la calefacción de la vivienda ocurría otro tanto parecido. La conciliación cada vez tardaba más en llegar. Según él, era ella quien ganaba la batalla y se salía con la suya. Según ella, era él quien obtenía la victoria, machacándola con sus palabras. La rabia contenida se acumulaba en el corazón de Samuel y las palabras recibidas se acumulaban en la cabeza de Laura.

            Con la televisión, la historia se repetía nuevamente. Él le ofrecía el mando  del televisor para que ella eligiese su programa preferido, pero luego no tardaba en echarle por cara que aquello no era más que basura. Si Laura rechazaba el mando, era él quien se hacía el ofendido.

            Otro tema estrella en las discusiones eran sus escasas relaciones sexuales, él quería más, ella quería menos. El tira y afloja en la cuerda de las relaciones humanas es algo difícil de comprender. La satisfacción de él sólo era comparable a la insatisfacción de ella. Puede que todo fuese cuestión de práctica, tal como él insistía en recordarle, puede que fuese la falta de pasión y el cuidado en el juego, tal como ella se esforzaba en aclararle. Cualquiera tiene su parte de razón y cualquiera puede estar equivocado.

            ¿Qué les había ocurrido? ¿¡Acaso no recordaban ya lo que era amar y ser amado!? Ellos se amaban, siempre se amaron, nunca dejarían de amarse.

            Laura sabía que su amor era verdadero, sabía que nunca podría encontrar un hombre como Samuel. Tampoco quería buscarlo. Pero no quería sentirse prisionera, quería volver a ser ella, tomar de nuevo el rumbo de su vida.

            Hacía tiempo que sabía que aquello no funcionaba. Demasiada soledad, demasiados días sin esperanza ni color. No fue el televisor ni el cambio de habitación, eso eran obstáculos que ambos podían salvar si se lo proponían, se trataba de algo más. No fue el tener una relación al mes, o dos, en el mejor de los casos. Ella le quería aunque no fuesen grandes amantes. Eran aquellas malditas palabras apelotonadas en su cabeza, aquellas palabras que la estaban consumiendo y la hacían sentir como una mierda. Su corazón quedó roto con tanta acumulación de palabras vacías, de palabras sobrantes que mil veces hubiese preferido no escuchar.

            Él sabía que, sin ella, su vida no tenía sentido. ¿Cómo sería su vida a partir de ahora? Se había acostumbrado a ella, era una mujer inteligente y él lo sabía. No la merecía. ¿Cómo había podido fijarse en él? ¿Cómo la convenció para que dejase a su antiguo novio? Jamás hubiese dicho que su relación terminaría así. Siempre creyó que lo suyo no tendría fin. Se arrepentía por haberla hecho llorar tantas veces, por no satisfacerla como ella merecía, por ser tan egoísta desde hacía tiempo. Sí, quizás aquella decisión descabellada fuese lo mejor para ella, aunque no para él, que empezaba a notar el efecto de su ausencia. Tenía que darle un respiro, seguramente recapacitaría y volverían a estar juntos. La vida sin Laura. No lo podía creer.  

            Laura le dijo que iba a coger unas cosas de la habitación, lo dejó allí, pensativo. Cuando regresó con la bolsa, encontró a Samuel esperándola de pie, paralizado por el miedo que se apoderaba de él. Se acercó a él, le dio un beso en la mejilla.

            ─Mi padre me espera abajo. Estaré una temporada con él, hasta que sepa qué voy a hacer con mi vida y dónde voy a instalarme. Te agradecería que no llamases a su casa. Bastante tiene ya con tenerme allí de nuevo. No comparte mi decisión, pero la respeta. Tranquilo, no le he contado nada malo de ti. Te sigue queriendo. Pero, déjale ¿Vale?

            ─No te preocupes por eso, Laura. Yo tampoco comparto tu decisión, pero no le molestaré. Puede que ambos necesitemos estar un tiempo separados, aunque yo no lo veo así, sé que podríamos solucionarlo juntos. Te vas porque quieres. Yo te quiero, Laura, no lo olvides ─había tirado el último cartucho.

            ─No estoy hablando de amor, Samuel. Jamás hubiese compartido mi vida con alguien a quien no amase. Yo también te quiero, pero no puedo vivir así. Hemos hablado demasiadas veces de esto y no hemos conseguido nada. Llegué a mi tope y necesito alejarme de ti, volver a valorarme, a creer en mí, a quererme. Adiós.

            La puerta se cerró y un abismo se abrió entre los dos.

            Esa noche, era Samuel el que tenía frío, vio una película romántica en el televisor y durmió bajo el edredón de plumas de oca que cubría la cama de Laura. Y también esa misma noche, Laura sentía calor, compartió con su padre un partido de fútbol en el televisor de la salita y tuvo que abrir la ventana de su antigua habitación para refrescarse las ideas.

            Jamás volvieron a estar juntos. Nunca volvieron a enamorarse.

            Del papeleo se encargó el abogado que habían contratado. No fue complejo, la separación era amistosa.



           

           

           

2 comentarios:

  1. Que ironía, no?
    tan cierto eso de.. cuando están separados es como una tendencia a actuar como el otro.
    Ya lo dije.. me encanta lo que escribes ^_^

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  2. Muchísimas gracias Eugenia, siempre anima saber que alguien lee lo que escribes.
    La ironía es una dama prepotente que está presente en muchas facetas de nuestra vida, esta historia no es más que una versión edulcorada de los efectos que ella despliega sobre el ser humano.
    Un abrazo.

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