La historia interminable

 Los años pasan y, para bien o para mal, esa cadena de sucesos a la que llamamos vida,  nos transforma irremediablemente hasta convertirnos en personas cada vez más insensibles y  frías, ajenas al amor o al dolor, como si de sombras vivientes se tratara .

Hoy he sentido que siento poco, que grito menos, que ya no río. Seguramente sea otra de esas veces en que se me va la olla, así que he terminado divagando conmigo misma.

Divagación UNO:

Hace un tiempo germinó en mi cabeza una historia macabra que comencé a escribir y no pude terminar. Me resultaba difícil continuar algo que sabía que acababa mal. No quería contarla, no quería sufrir, no quería sentir dolor al escribirla.  Inicié mi quinto capítulo, pero pudo conmigo; tenía pesadillas por las noches. Convertida en  asesino psicópata con transtorno bipolar, había terminado recluída en mi habitación, huyendo de ese personaje. Finalmente, opte por sacar mi espada y cargarme aquel asesino de por vida. Luego,  me fui a cenar con mis otros personajes; sí, con Berta, con Tere y con Rubén, y celebramos, por todo lo alto, aquella muerte merecida.


Divagación DOS:

¿Y si al volvernos adultos, caemos de esa nube que mantenía nuestras ilusiones vivas y hacía que creyésemos que todo cuanto imaginábamos podía suceder? Cuando éramos niños, nada era imposible, cualquier sueño podía convertirse en realidad. Creo recordar que algo así le sucedía al pequeño Bastian en el cuento de «La historia interminable»
¿Y si al caer de esa nube, las pequeñas batallas cotidianas logran que terminemos sometidos al yugo del destino?
Seguramente, el resultado inmediato de esa caída produzca el endurecimiento de ese músculo llamado corazón que antes impulsaba nuestro cuerpo a luchar por el amor, por la justicia y por la vida; y, tras el impacto, debilitado y derrotado, se deje arrastrar hacia el sendero de los insensibles.
Seguramente, como resultado final de esa caída se obtenga una idea que acaba instalándose sin permiso en nuestra mente, la idea de dejar las muestras de cariño para ocasiones puntuales, tan puntuales que terminan desapareciendo. 

Divagación TRES:

La adolescencia es una época  difícil, pero quizás sea la más bella en cuanto a sentimientos se refiere, una fuerza interior se resiste a sucumbir ante  la inevitable evidencia: «No muestres tus sentimientos, se fuerte, no llores, lucha». Tu cabeza marca el camino que debes seguir pero, tu corazón es un caldero en plena ebullición, que desea vertir sentimientos en cada cosa, en cada gesto, en cada palabra. No puedes ser ajeno a ellos porque son parte de ti, los sentimientos te delatan en todo momento, aunque quieras disimularlos.

Divagación CUATRO:

La mayoría de edad nos adentra en los entresijos de la vida laboral, nos obliga a terminar estudios y a buscar trabajo y nos marca, a fuego lento, un Don Dinero que nos acompañará el resto de nuestra vida. Don Dinero se convierte en el amigo indispensable. Esa es una de las primeras bofetadas de la vida, la que te obliga a rebajar tus altos vuelos para amoldarte a la realidad que te rodea. Se acabó querer gritar al mundo todos tus pensamientos, tus quejas, tus propuestas, tus risas y tus lloros. Te conviertes en un silenciado más, un obrero más de la cadena, sin fantasía, sin ilusiones, escondiendo tus sentimientos. Queda prohibido llorar, mirar con amor, transmitir tu calor.

¡Nooooooooooooooooooooooooooooo!, ¡Quiero querer, quiero sentir, quiero llorar, quiero vivir!

Bien, me desahogué,  lo necesitaba. Oxigené mi mente un poco, a veces lo necesito.

El paso del tiempo

No hace mucho, gracias a San Internet, mi amigo Didier me encontró en la red. Sentí una alegría inmensa, pues no nos hemos visto en treinta años. Siempre dicen que la distancia es el olvido y, efectivamente, nos separan más de mil kilómetros, pero no hubo olvido entre nosotros, simplemente fue una pausa.

Recuerdo las tardes juntos en la playa, contándonos anécdotas e intentando explicar nuestras diferentes costumbres y creencias. Resultaba interesante conocer su forma de ver las cosas. Cada día lograba sorprenderme.

Nuestra amistad perduró unos años a través de cartas y postales, pero finalmente quedó suspendida en el tiempo. Simplemente habíamos crecido y nuestras vidas habían cambiado de rumbo. Por aquel entonces no existía el facebook y los amigos se iban perdiendo por falta de contacto. Y es que, las amistades hay que cultivarlas, son como las plantas, si no las riegas, no crecen.

Ante aquel reencuentro inesperado, sentí la necesidad de hacerle muchas preguntas, saber qué había sido de él. ¿Cómo le iba la vida? ¿Tendría hijos? ¿Trabajaría? ¿Estaría bien? ¿Habría venido a España en alguna otra ocasión? ¿Y si hubiese estado aquí, sin yo saberlo? Eran demasiadas preguntas, lo sé, pero no pude resistirme a hacerle algunas. No soy dada a meterme en la vida de los demás, pero esta ocasión merecía unas cuantas preguntas. Y es que la curiosidad humana no tiene límites.

Lo que yo no llegué a contarle es que yo estuve en París en 1995, viajé hasta allí con mi marido para cumplir mi sueño de subir a la hermosa Torre Eiffel. Ése hubiese sido un buen momento para encontrarnos de nuevo y retomar nuestra amistad, pero no fue así. Durante aquel viaje, tuve una extraña sensación al pasar cerca de Vitry sur Seine, pero no pude hacer nada, pues no tenía modo de contactar con él.

En fin, seguimos en contacto, hay mucho que decir después de treinta años.

Un abrazo Didier.