Secretos inconfesables

Perseguidas. Capítulo 3

Dejó que el tono sonara varias veces, Tere no respondía. Tenía que ir a su casa y comprobar que efectivamente ella no estaba allí. No era la primera vez que no le cogía el teléfono. Pero, para abandonar el trabajo, debía pedir permiso.  Optó por no decirle nada a Alán y se fue directa al despacho del jefe. Le comunicó que su padre había sufrido algo parecido a un infarto y quería ir al hospital. No puso objeciones e incluso le indicó que podía tomarse un par de días libres si los necesitaba. Antes de salir de su despacho, le preguntó porqué no se había dirigido a su supervisor para indicarle la situación, a lo que ella respondió aturdida que, como nunca había tenido que ausentarse, creyó que tenía que dirigirse a él. No obstante, para evitar un redireccionamiento hacia el despacho de Alan, le indicó que ella  misma le había visto salir con unos señores que parecían clientes. Vio en la cara del jefe que la respuesta le había satisfecho. Cogió su chaqueta y se despidió de Marisa, argumentando la misma excusa. El taxi que había llamado previamente la esperaba en la puerta de la empresa.
            Su amiga Tere vivía sola desde hacía un año. Sus padres habían sido trasladados a Ceuta y sólo venían a verla un fin de semana al mes.
            Llamó insistentemente al timbre de la puerta, antes de coger la copia de la llave de casa Tere que ella tenía en su poder. Entró gritando a voces su nombre, a la espera de encontrarla en su habitación, cubierta de mantas y con una fiebre de amarras,  pero tras buscarla por toda la casa, vio que no se encontraba en ella.
            Mientras su cabeza intentaba asimilar la situación, el sonido del teléfono fijo de la salita la desconcertó, se acercó sin pensar hacia el aparato para escuchar si alguien dejaba algún mensaje en el contestador de Tere.
            ─¿Srta. Fernández?  Buenos días, mi nombre es Alberto, le llamó de la Agencia de Viajes Soñaresgratis.com. Su viaje de novios está confirmado. En un par de días recibiremos los billetes de avión. Pueden pasar ustedes a recogerlos. No obstante y, sólo para evitar posibles confusiones en los pasajes le repito los nombres que figurarán en ellos: A. Martínez y T. Fernández. ¿Ok? Si hay algún error o necesita alguna aclaración, no dude en contactar conmigo llamando al teléfono 902111000 Gracias.
            Decidió tomar asiento antes de que su cuerpo se desplomara.  A. Martínez, A. Martínez…,  se repetía una y otra vez. Aquello era una broma de mal gusto. ¿Su amiga Tere y Alán? ¿Alán? ¿Su supervisor? ¿Cuántos A. Martínez había en el mundo? ¿Era ese Alán quien le enviaba e-mails monstruosos y había hecho desaparecer a su amiga?    
            Vio que el coche de Tere estaba en el garaje. Un arrebato de furia la empujó a coger su coche para dirigirse hacia la empresa. No tenía carnet de conducir pero había llevado muchas veces aquel vehículo.
            Entro hecha una fiera, sin saludar a nadie, directa al despacho de Alán, armada con su propia rabia, creyéndose suficientemente fuerte como para abatir a un Titán. Tras de sí, la puerta dio un portazo. Alán se quedó atónito ante tal intromisión. Pero no pudo soltar una palabra ante el tornado de acusaciones que fue vertido sobre él por parte de Berta.
            ─¿Qué le has hecho a mi amiga Tere, desgraciado? ¿Te crees que puedes jugar así con las personas, a tu antojo? Soy más fuerte de lo que te imaginas y no soy tan fácil de impresionar como otras. ¿Pensabas que no descubriría que eras tú? No sé cómo has engatusado a Tere hasta el punto de hacerle creer que debía separarse de sus amigos. ¿Para qué? ¿Para hacerme daño a mí? ¿Por qué? Dime, ¿Qué te he hecho yo? No, no contestes, espera que te diga todo lo que he venido a decirte. No sé por qué has hecho desaparecer a Tere, ni por qué has dejado esa marca en ella, pero quiero que regrese ¿lo has entendido? Si no lo haces, soy capaz de matarte con mis propias manos.
            La temperatura de aquel despacho parecía haber subido quince grados tras el derroche verbal de Berta. Aún tenía los ojos enrojecidos por aquella ira que la dominaba y no era consciente de la cara de terror que ponía su adversario.
            ─¿Pu… puedo hablar?
            Tras una respiración profunda,  le miró fijamente y asintió con la cabeza.
            ─Lamento que Tere decidiese no contarte nada Berta. Decía que no estaba bien salir con el jefe y que tú no lo entenderías. No se equivocaba cuando me dijo que eso te haría daño. Fue decisión suya apartarse de los amigos para que estuviésemos juntos y solos los sábados. No sólo he dejado yo una marca en ella, ella también la ha dejado en mí y te aseguro que es muy profunda. Estamos enamorados Berta, compréndelo, nos vamos a casar.
            ¿Qué estaba pasando?, ¿Alguien podía decírselo a Berta? Aquel hombre no parecía un terrorista informático con instinto asesino, sólo parecía un enamorado asustado ante la embestida de la amiga de su novia. Se sentó en el sillón  del otro lado de la mesa y rompió en lloros. Alán no sabía qué hacer.
            ─Berta, tranquilízate, cuando venga Tere de Ceuta, te lo explicará todo. No me mires con esa cara. Sí, no tiene gripe. Se ha escapado para hablar con sus padres y contarles lo de la boda. Será en quince días. Y lo del niño. Tere está embarazada, por eso queremos casarnos cuanto antes.
            Berta no salía de su asombro e intentaba digerir la información recibida. Alán creía que aquella entrada arrolladora en su despacho se debía a algún instinto posesivo que ella tenía sobre Tere, pero debía aclararle que estaba equivocado. Así que decidió serenarse, creerle y contarle su versión de la historia.

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