Amaneceres dormidos

Lleno de amaneceres dormidos despertó, entre sábanas de hilo, con delicados bordados que primorosamente crearon hacendosas manos. El humeante olor de café inundaba la estancia y no pudo más que dejarse guiar hipnotizado hacia la cocina.

           Se paró en la puerta para contemplar la figura inmóvil de Eugenia que, sentada a la mesa, tenía la mirada ausente y su cabeza ligeramente orientada hacia la ventana. Mojaba un bizcocho en el tazón de café con leche y vio que un trozo caía salpicándole la cara; ante tal escena, no pudo evitar reírse.

           Eugenia, que no se había percatado de su presencia hasta ese momento, le miró apenada, incapaz de articular palabra, con un gesto indefinido en su semblante que él no acertaba a comprender. Se acercó a ella y cariñosamente persiguió con sus dedos las lágrimas que corrían por sus mejillas.

           ─Buenos días, vida mía. ¿Qué ocurre? ¿Algo no anda bien?

           Su voz sonaba como un susurro, dulce y cálida al mismo tiempo.

           ─No dejes que nada enturbie este momento. Estamos juntos y nos queremos ¿Qué más podemos pedir? Anda, tontina, dame un beso.

           Le dio un beso en la frente, tomó una taza del armario y se sirvió un café solo. Sentado frente a ella, esperó paciente que Eugenia se serenase y le contase qué le preocupaba.

           ─Ahora que lo pienso, en este momento no recuerdo ni qué turno me toca esta semana. Luego llamaré a Eduardo y le preguntaré ─se dijo a sí mismo en voz baja para volver a iniciar una conversación con ella─. ¿Estás ya más tranquila?
           ─Sí. ¿Y tú, cómo te encuentras?─preguntó ella con un hilo de voz casi inaudible.
           ─¡¿Yo?! Muy bien. Vamos, cuéntame que te pasa.
           ─Pero… ¿De verdad estás bien?
           ─ ¡¿No te digo que sí?! Me siento fuerte como un roble, pero algo me dice que ése no es tu caso, ¿Qué ocurre?
            ─¿Recuerdas que tenías que venir a buscarme para ir a la prueba del vestido?
           ─Sí, quedé contigo ayer para llevarte a casa de la modista, pero…, ahora que lo dices, no recuerdo haberlo hecho ─dijo con cara de culpabilidad─. ¡Ah, bueno! ¡Estás enfadada conmigo! Perdóname, no sé cómo pude olvidarlo, pero, si te parece bien, lo arreglaré con Eduardo para poder ir hoy.

           Tras comprobar que Eugenia asentía con la cabeza, tomó el móvil que se encontraba apoyado en el frutero para llamar a su compañero.

           ─Trae, yo te marco el número, que nunca te aclaras con la agenda ─le ordenó Eugenia.
           ─¿Eduardo?
           ─Sí Mario, dime.
           ─Necesito que me hagas un favor. Dime qué turno me toca hoy, no te lo vas a creer, pero se me ha olvidado.
           ─Hoy librabas, entras pasado mañana de tarde. ¿Va todo bien?
           ─Sí, gracias, es que tengo que acompañar a Eugenia a probarse el vestido de novia. ¡Ya sabes cómo son las mujeres!
           ─Sí, no me digas más. Ya hablamos.
           ─Hasta luego.
           ─Bueno cariño, solucionado. No trabajo hasta pasado mañana, así que soy todo tuyo.

           Un brillo esperanzado anidaba en los ojos de Eugenia. Quizás hoy irían a la modista y se probaría aquel vestido de novia que él ya no recordaba que usó el día de su boda.

           ─Bien, pues come algo, vístete y vamos a ver a la modista.
           ─¡No te imaginas las ganas que tengo de verte vestida de novia! Ahora cuando baje, creo que me tomaré algo, me está empezando a doler la cabeza.

           Quince ansiados minutos de normalidad, que desmoronaban a Eugenia cada día.

           El día de su boda, un desconocido disparó a Mario y la bala quedó alojada en su cráneo, desde entonces su vida había quedado anclada en el pasado, reviviendo el día que fue a acompañarla a la prueba del vestido, una semana antes de la boda. No lograba recordar lo que había sucedido desde entonces ni el tiempo transcurrido. Cada mañana, tras su aparente normalidad en tiempo pasado, subía a su habitación y no volvía a bajar.

           Tras tres duros años de sacrificio, Eugenia había modificado la habitación donde dormía Mario. Desaparecieron las mesillas y el galán de noche, cambió la estructura de madera de la cama por una completamente acolchada y añadió una gran alfombra persa para cubrir el suelo. Cada mañana, al despertar de nuevo lleno de energía, medio adormecido, no se daba cuenta de la extraña habitación en la que se encontraba. Fueron muchos los hematomas y heridas que Eugenia tuvo que sanar durante el primer año, así que tomó precauciones. Cuando perdía de nuevo la consciencia al regresar a la habitación, avisaba a Eduardo, su ex-compañero de trabajo y, entre los dos, lograban dejar su cuerpo de nuevo en la cama.

           Aquel día, Eduardo no recibió la primera llamada habitual de Mario preguntando cuál era su turno de trabajo. Ese día, Mario llamó a Eduardo para decirle que Eugenia se había suicidado.




Soñándote

Alguien quiso que quisiera quererte,
Si no fuiste tú quien quisiste, ¿Quién fue?
¿Sería tu corazón que quererme quiso
Y, sin pedir permiso, me hizo quererte?

Mi frágil alma dormitaba,
Cercana ausente, lejana y fría.

Desperté al alba soñando amarte,
Amaba amando, mi amor amado,
¿Pero quién era mi amado amante,
Si tú no estabas a mi lado?

Rocé la llama que crepitaba
Quemé mis sueños, nací de nuevo.

Robé tus besos imaginarios y sentí tus labios,
Rea confesa sin ser absuelta, ¿Por qué?
Fui condenada a muerte por amarte,
Más tú, rescataste mi alma de la pira.