Un amigo

Caminando descalza por la orilla, se dejó alcanzar por el mar y notó en sus pies la cálida humedad del Mediterráneo. Aquel había sido un día para olvidar, todo le había salido mal. Necesitaba a su amigo más que nunca, el murmullo marino del manso oleaje le apaciguaba los nervios.

           Mientras paseaba por la orilla, su mirada escapó hacia la línea del horizonte y, una vez más, se perdió imaginando pinceladas de colores de distintas tonalidades. Muchas veces, siendo adolescente, había intentado plasmar sobre un lienzo aquella amalgama verde-azulada teñida de blanco y oro tan finamente perfilada por el inmenso azul celeste.

           Se detuvo un momento para admirar la belleza de su mar y se sintió invadida por una brisa con sabor a infancia. Con sus ojos de niña grande retrocedió al pasado y fue salpicada por una blanca sonrisa. Como siempre, su amigo le ofreció gratos recuerdos: Mañanas de juegos y risas, recogiendo conchas por la arena con la bolsa de rafia cargada de inocencia y la toalla llena de cuentos de princesas; tardes de sol y de playa, construyendo castillos encantados siempre sellados por el salitre del mar; y noches de embrujo y de magia, soñando con las estrellas y durmiendo al son de la nana que sus olas venían a cantar.

           Relajada y renovada, regresó a su mundo de gigantes, con la mente repleta de esperanza y sus manos llenas de ilusión.

           Su fiel amigo siempre había estado allí, alimentando su sonrisa y robando sus lágrimas saladas. Seguramente, mañana sería un día para recordar.







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