El amor

¿Qué es el AMOR?
¿Tú lo sabes?
No es tan fácil responder.

Es la fuerza que quiebra el viento,
el ímpetu del amanecer;
la agonía de un lamento
en un día de soledad.

La dulzura de la armonía,
el disfrute de la equidad;
seismo duro  y violento
receloso de la verdad.

Cálida luz de la noche,
la estrella de un beso fugaz,
es callado sufrimiento
cubierto de incienso yá.

Créeme, no es nada fácil
explicar lo más sencillo;
guerra y paz, una palabra;
locura y cordura, sin más.

(1981)


           Os dejo una de mis poesías de adolescente, rescatada de mi baúl de los recuerdos.

           No es más que un tímido acercamiento a la definición de Amor emitido por una Yolanda quinceañera que aún no había sido alcanzada por Cupido.

           Con cariño, para vosotros.

Las apariencias engañan

Cabizbaja y absorta en su lectura, la encontraba cada mañana, sentada en un banco del andén principal. No ocupaba su tiempo en la lectura placentera, solía leer informes y estudiar gráficas y hojas llenas de datos. Una vez, le comentó que prefería ser pasajero antes que conductor, por ese motivo no acudía nunca en coche a la empresa. Por lo general, la conversación mantenida con ella quedaba reducida a cero.

           Un tren de cercanías en la vía uno y un saludo matinal sin entusiasmo, eran el pistoletazo de salida en la frenética carrera que les esperaba cada día. Sus pasos paralelos se dirigían silenciosos a la misma planta de un edificio lleno de oficinas.

           Una vez dentro de ese mundo aséptico en el que trabajaban, cada uno de ellos se convertía en «su otro yo».

           ─Buenos días, Daniel. ¿Has traído los informes que te solicité?

           ─Por supuesto María, aquí los tienes.

           ─Veo que me has adjuntado dos hojas llenas de comentarios y observaciones ─aquella voz tan afilada, casi cortaba el aire─. Tu misión consiste únicamente en proporcionarme la información que yo te solicito. El resto del trabajo lo hago yo. Espero que no pierdas tu tiempo innecesariamente.

           Tan fría como siempre, cualquiera diría que era un témpano de hielo. Pero, no por ello, le devolvió aquellas hojas. «¿Qué haría con ellas?, ¿Se permitiría leerlas o las tiraría directamente en la primera papelera que encontrase?». Aquellas preguntas revoloteaban por la cabeza de Daniel.

           María había nacido en el seno de una familia adinerada. Varios antepasados suyos habían sido Directores de la Empresa. Y, como no podía ser de otra manera, ella ostentaba el cargo de Directora Jefe Comercial, bajo la supervisión del Director General, su padre. Llevaba diez años trabajando duro para demostrar que merecía aquel puesto y que no era simplemente «La hija del Jefe», pero pese a sus esfuerzos, ya estaba etiquetada. Por ese motivo, enseñaba sus garras ante la más mínima intuición de posible amenaza.

           Daniel, en cambio, pertenecía a una familia de clase media, bien posicionada, pero sin ninguna relación con la empresa. Tuvo que superar duros procesos selectivos durante diez años hasta llegar a ser el Subdirector Adjunto de María. Era como un padre para los Comerciales del Departamento: Incentivos para los aplicados y mano dura para los holgazanes.

           El día a día consistía en una continua superación de objetivos, una guerra entre departamentos, cuya única meta era lograr la obtención del máximo beneficio. El Departamento de María y Daniel era siempre el Número Uno.

           Tras la batalla regresaban a sus anodinas vidas. Ambos vivían en las afueras. María, bajaba del tren y tomaba un autobús de la ruta dos. Daniel se dirigía al aparcamiento, cogía el coche y se iba hacia su casa. Ninguno de los dos sabía dónde vivía el otro. En las fichas de Personal de la empresa no figuraban sus verdaderas direcciones, ambos tenían puesta aún la dirección de la casa paterna.

           Daniel tenía por costumbre salir a correr al atardecer. Una hora de ejercicio le iba bien para el estrés. Llevaba los auriculares para escuchar música y centraba su mente en el paisaje que veía frente a él. Un río serpenteante le acompañaba desde la puerta de su casa, diez minutos después, cruzaba un pequeño puente de madera y se dirigía al mirador de la cima de la montaña. Quince minutos le bastaban para llegar allí, realizaba unas flexiones y regresaba a casa. Tras un día lleno de reuniones y llamadas, llegó más tarde de lo habitual. No obstante, se puso el pantalón corto y la camiseta y salió a correr. Desde el mirador contempló aquella ciudad gris que le resultaba desconocida. La oscuridad de la noche estaba cayendo y cientos de luces brillaban en la lejanía. La luz violeta del edificio de su empresa atrajo su mirada y, sin querer, le vino a la mente su discusión con María. ¡No tenía bastante con tener que soportarla todos los días, encima tenía que recordarla en su pequeño momento de paz! Intentó dejar la mente en blanco y regresó. A su paso por el río, vio una escena inesperada: María iba por la acera contraria con un niño, de unos cinco años, cogido de su mano. Ella no se había percatado de su presencia.

           Quiso continuar a lo suyo y olvidarse de aquello pero la curiosidad consiguió dominarle. Decidió pasar al lado contrario de la calle para seguirla en la distancia. Diez minutos después, la vio entrar en una casa con su llave. Memorizó aquella dirección. Pensó que podía telefonear a su amigo Jesús, el detective, para que investigase quién vivía allí y su situación familiar. Le dijo que estaba interesado por aquella mujer y necesitaba saberlo todo sobre ella.

           Al día siguiente, sonó su móvil y era Jesús:

           ─¿Sí?

           ─Daniel, te pillo bien ahora.

           ─Sí, estoy solo. ¿Qué has averiguado?

           ─Mira, será mejor que te olvides de ella. Es una mujer casada y su marido es el doble que tú. Así que te aconsejo que no te metas donde no te llaman.

           ─¿Y el niño?

           ─Me han dicho que en ese vecindario no hay ningún niño de esa edad. Puede que la vieses con el hijo de otra persona.

           ─¿A las nueve de la noche? Me parece extraño. ¿No podrías investigar más?

           ─Sí, no te preocupes, voy a vigilar un par de días la casa, aprovechando que ahora no tengo ningún caso entre manos, si descubro algo nuevo te llamo. Por cierto, ¡No me habías dicho que era tu Jefa!

           ─Quería ver lo bueno que eras investigando. Ya veo que eres muy bueno. Gracias. Llámame si tienes algo más.

           Cuando estaba reunido con ella, en el trabajo, no podía olvidar las palabras de su amigo Jesús: «Es una    mujer casada y su marido es el doble que tú». Miraba sus manos: Dos anillos en cada mano. «¿Cómo podía saber si alguno de esos anillos era de casada?» No tenía pinta de casada y, menos aún, de madre. Parecía la típica mujer que sólo se preocupa de sí misma. Para Daniel, ella era una máquina perfectamente engranada para ejecutar su trabajo eficientemente. Le resultaba imposible imaginarla como un ser humano.

           Dos días después, recibió la visita de su amigo:

           ─Buenas noches Daniel. Tengo información fresquita para ti.

           ─Buenas noches. Iba a cenar, ¿te apetece acompañarme?

           ─No, gracias. Te lo cuento rápido y me voy volando a mi casa. Lola me está esperando.

           ─Bien, dime.

           ─Tu jefa es una mujer dedicada a su trabajo y a su familia. Ahora que la conozco un poco, creo que no se merece los apelativos poco cariñosos con los que me la has nombrado alguna vez.

           ─¡¿Seguro?!

           ─María está felizmente casada y tiene un hijo. Lo adoptaron hace un año. Su marido es locutor de radio y pasa bastante tiempo fuera de casa. Llevan once años casados y diría que siguen enamorados. Te lo digo yo, que entiendo de eso un rato. Suelen contratarme en los casos de divorcio, esa es mi especialidad.

           ─No sabía que los detectives pudieseis especializaros en divorcios.

           ─Pues ya lo sabes. La niñera de su hijo es una vecina de la Calle Monteagudo, la del río, por eso la viste por allí. Lo lleva al colegio, lo recoge y está con él hasta que María vuelve de su trabajo. Seguramente el día que la viste, habría terminado más tarde de trabajar y, por ello, fue a recogerlo de noche.

           ─¡Vaya, me dejas de piedra! Nunca pensé que fuese madre y esposa. Y si no hubiese sido porque aquel día terminamos más tarde la jornada, seguramente seguiría sin saber nada de ella. Gracias Jesús. Creo que, a partir de ahora, la miraré con otros ojos.

           ─Me debes una. Que no te cobre honorarios no quiere decir que no te lo cobre algún día.

Un amigo

Caminando descalza por la orilla, se dejó alcanzar por el mar y notó en sus pies la cálida humedad del Mediterráneo. Aquel había sido un día para olvidar, todo le había salido mal. Necesitaba a su amigo más que nunca, el murmullo marino del manso oleaje le apaciguaba los nervios.

           Mientras paseaba por la orilla, su mirada escapó hacia la línea del horizonte y, una vez más, se perdió imaginando pinceladas de colores de distintas tonalidades. Muchas veces, siendo adolescente, había intentado plasmar sobre un lienzo aquella amalgama verde-azulada teñida de blanco y oro tan finamente perfilada por el inmenso azul celeste.

           Se detuvo un momento para admirar la belleza de su mar y se sintió invadida por una brisa con sabor a infancia. Con sus ojos de niña grande retrocedió al pasado y fue salpicada por una blanca sonrisa. Como siempre, su amigo le ofreció gratos recuerdos: Mañanas de juegos y risas, recogiendo conchas por la arena con la bolsa de rafia cargada de inocencia y la toalla llena de cuentos de princesas; tardes de sol y de playa, construyendo castillos encantados siempre sellados por el salitre del mar; y noches de embrujo y de magia, soñando con las estrellas y durmiendo al son de la nana que sus olas venían a cantar.

           Relajada y renovada, regresó a su mundo de gigantes, con la mente repleta de esperanza y sus manos llenas de ilusión.

           Su fiel amigo siempre había estado allí, alimentando su sonrisa y robando sus lágrimas saladas. Seguramente, mañana sería un día para recordar.