Secreto entre hermanas (Parte I: Marina y Fedra, 2005-2006) (3)

De allí nos fuimos al supermercado a comprar las cuatro cosas que hacían falta. Ya en el piso, hice la comida. Comíamos a la una, y, tras comer, descansábamos un poco y nos íbamos al trabajo dando un paseo por el parque. Aquella era nuestra rutina diaria. Cuando terminábamos a las cinco, nos íbamos a ver escaparates. No había nada más en nuestra vida.

           ─¿Por qué le has dicho que tenía mal de amores? A Ramiro no le importa nada lo que me pasa o me deja de pasar. Ahora se creerá que me ha abandonado algún novio. No me gusta estar en boca de nadie, prefiero pasar desapercibida. Si pudiera, me borraría con una goma para que no me viese nadie.

           ─Fedra, ¿sabes qué creo? Que a lo mejor lo que a ti te hace falta es un novio. Solo así olvidarías nuestro pasado y verías que puede haber un futuro feliz esperándote.

           ─¡No lo dirás porque tú entiendas mucho de eso! Que yo sepa, nunca has tenido ningún novio. Nuestro futuro está escrito, estaremos juntas para siempre y no se hable más.

           ─Sí, igual no soy la más indicada para hablar de novios. Pero creo que el amor es algo maravilloso si lo encuentras, tenemos el ejemplo de Elisa y Manuel, y tú eres joven y preciosa, aún puedes encontrarlo.

           ─Marina, tú también eres joven, solo tienes veinticuatro años. También podrías encontrar un buen chico si te lo propusieras, eres muy guapa aunque te empeñes en creer lo contrario por ser pelirroja y pecosa.

           ─Bueno, dejémoslo estar. Estamos navegando por aguas turbulentas.

           Ya casi llegábamos a nuestro portal y habíamos visto los escaparates de moda que habían sido cambiados aquella semana. Nos encantaba ver los cambios de moda en los maniquíes de cada tienda. Supongo que algo tendría que ver nuestro trabajo en Paolo&Giovanni.

           Cuando llegamos a aquella ciudad solo tenía una dirección anotada en una servilleta de papel. Elisa y Manuel nos habían recomendado una pensión de unos amigos suyos. Al día siguiente acudimos a la cita que nos habían concertado con el encargado de la empresa en la que ahora trabajábamos.

           Elisa era una mujer encantadora, y Manuel estaba totalmente enamorado de ella. Verlos a ellos juntos cada día, me ayudó a no enloquecer y confiar en que algún día mi hermana y yo encontraríamos la felicidad. Ellos no conocían nuestra verdadera historia. Sabían poco de mi madre, solo que era cariñosa y un buen día falleció de un ataque al corazón. De mi padre, nunca supieron nada, para ellos solo era un hombre rudo y taciturno con tendencia a darse a la bebida. Cuando oyeron la noticia de su muerte, alguien les dijo que fue apuñalado. Nada se supo de las diligencias abiertas por la policía judicial ni del juzgado que se encargó del caso. Aquel día, en la casa de la montaña, encontraron a nuestro padre muerto en el suelo. A su lado, yacía otro muerto. Entre los dos, una navaja extrañamente igual que la mía, con sangre de ambos en el filo. Los indicios parecían indicar que se habían matado entre sí. Nunca supimos cómo ocurrió aquello, mi hermana y yo huimos de allí despavoridas. Fedra cogió sus prendas e intentó no dejar su rastro en la casa. Yo limpié con un clínex mi navaja y la guardé en un bolsillo de la chaqueta. Pensaba llevarla siempre conmigo pues gracias a ella éramos libres y teníamos un futuro. Volvimos a casa corriendo, exhaustas, deseando eliminar aquel día de nuestras vidas.

           Sabía que al día siguiente alguien llamaría a nuestra casa para comunicarnos la fatídica noticia. Don Leandro, el jefe de policía, fue el encargado de la misión. Su cara de cansancio y la barba sin afeitar le daba un aspecto lamentable, su ropa olía a sudor y alguna gota de sangre en la camisa delataba que aquella no había sido una noche tranquila. Nos anunció la muerte de nuestro padre y nos presentó a la asistenta social que le acompañaba para hablar con nosotras. Sabían que yo era mayor de edad y trabajaba, pero mi hermana tenía catorce años y aquello podía ser un problema. Elisa y Manuel hablaron con ellos y les rogaron que no nos separaran, ofreciéndose a acogernos en su casa. No querían formalidades, solo nuestra compañía. Manifestaron que yo era una joven formal y trabajadora y que yo había sido quien había cuidado de mi hermana desde la muerte de mi madre, pues mi padre era un borracho. A la vista de todo aquello,  don Leandro y la asistenta acordaron encargarse de todo el papeleo pero nos impusieron una pequeña condena que cumplir: vivir allí, al menos, hasta que Fedra cumpliese los dieciséis años y terminase la educación secundaria obligatoria.

           Aunque no formalmente, Elisa y Manuel nos adoptaron. Legalmente, era yo la tutora de mi hermana. Eran una pareja sin hijos. Vivimos con ellos aquellos dos años y puedo decir que, en El Imán, fuimos felices. Pero necesitábamos irnos de allí y ellos lo comprendieron. Nos ofrecieron el visado hacia la libertad que tanto ansiábamos y solo nos pidieron a cambio que les enviásemos noticias sobre nosotras de tanto en tanto.

           Aquella mañana, Fedra parecía más serena, como si quisiese superar la impotencia que le creaban sus miedos.

           ─¿Sabes qué te digo? Que voy a ser fuerte. Tienes razón. Aquel «monstruo» no se merecía el título de padre. He decidido que voy a olvidarlo para siempre.

           ─¡Así me gusta hermanita! Me alegro de ver esa cara sonriente. Anda, vamos a ganarnos el pan.

           Al entrar en los vestuarios para ponernos los uniformes, vimos dos chicos nuevos. Se llamaban Jorge y Rafa. Los habían contratado para limpiar en nuestra misma planta. ¡Por fin se habían dado cuenta que no dábamos abasto! Nos vendría bien un poco de ayuda. El encargado hizo las presentaciones y nos asignó nuestras tareas a cada uno de los cuatro. Estuvimos cada uno a lo suyo, sin cruzar ni una sola palabra entre nosotros. Fedra se ponía los auriculares del walkman para limpiar y se la veía tarareando la música sin prestar atención a nadie, absorta en su trabajo. Rafa, el chico más joven, también llevaba un chisme de esos para oír música y ocupó las tres horas de la mañana limpiando los grandes ventanales que daban a la calle. Jorge, un poco mayor que yo, se ocupaba de los servicios de caballeros. Yo de los de señoras. Era la primera vez que tenía tiempo de fregar con tranquilidad toda aquella infinidad de azulejos y ver mi cara reflejada en ellos. Me sentí satisfecha de mi trabajo.

           Como era el primer día del mes, nos presentamos en la oficina de personal para recoger la nómina del mes anterior. Coincidimos con Jorge y Rafa, que iban a firmar el contrato y presentar algunos papeles. Salieron detrás de nosotras, se despidieron hasta la tarde y desaparecieron de nuestra vista. Quise ver qué opinaba Fedra sobre ellos.

           ─¿Qué te parecen nuestros nuevos compañeros?

           ─Prefiero no opinar de momento. Mientras no me despidan a mí, estupendo.

           ─No te enteras Fedra. ¿No has oído que tienen un contrato de seis meses? Esta temporada los jefazos tienen un montón de reuniones importantes para vender sus colecciones en muchos países. Me lo ha dicho Ramiro, lo oyó comentar a unos clientes el otro día. Por lo visto, van a organizar pequeños pases en la pasarela de nuestra planta para que los invitados distinguidos vean, en exclusiva, los modelos. Por eso, supongo que habrán contratado a Jorge y a Rafa, todo debe estar impecable y saben que nosotras dos no podemos con todo. Es una planta demasiado grande. Tranquila, nuestro contrato es indefinido, no creo que estén pensando en despedirnos y tampoco tienen ninguna queja de nuestro trabajo.

           ─Más vale que sea así.

           Llegamos al Menfis, saludamos a Ramiro, y le indicamos con un gesto que nos llevara el café hasta la mesa del fondo. El Menfis era un café-bar con poca iluminación, quizás por ese motivo nos gustaba tanto. Pasábamos desapercibidas, no éramos vistas ni tampoco veíamos a nadie. Aquel día fue distinto. Justo en la mesa del lado estaban nuestros nuevos compañeros. Deseé que nos tragara la tierra. Nos acababan de robar nuestro pequeño momento de paz.

           El primero en hablar fue Jorge.

           ─¡Vaya que casualidad! ¿Os parece bien que nos sentemos con vosotras a tomar el café?

           No sé para qué hacía la pregunta pues se acercaron sin esperar la respuesta.

           ─Este es el único momento del día que vale la pena para nosotras. No hay nada como tomar un café con tu hermana sin que nadie te moleste ─le solté.

           No parecieron inmutarse ni lo más mínimo y se sentaron a nuestra mesa sin ser invitados.

           ─Rafa y yo no somos hermanos, pero como si lo fuéramos. Coincidimos en un trabajo hace cinco años y, desde entonces, nuestras vidas han caminado juntas. Hemos llegado a esta ciudad gracias a unos amigos que se enteraron de que Paolo&Giovanni necesitaba dos hombres fuertes para el servicio de limpieza. Y aquí estamos. Dentro de seis meses, Dios dirá.

           A primera vista, me pareció que debía tener unos treinta y cinco. Algunas canas asomaban en sus sienes. No sé en qué habría estado trabajando antes, pero desde luego no había trabajado en un servicio de limpieza. Sus manos eran finas, no presentaban callosidades ni asperezas.

           El siguiente en intervenir fue Rafa.

           ─Sí, la verdad es que Jorge es como el hermano mayor que nunca he tenido. Soy hijo único y mis padres murieron en un accidente de tráfico hace seis años. Encontré a Jorge, por casualidad, en mi primer trabajo. Desde entonces no nos hemos separado. ¿Y vosotras? ¿Qué nos podéis contar?

           Por un momento había perdido el hilo de la conversación, me quedé boquiabierta cuando vi a mi hermana mirando embobada a Rafa como una colegiala. Recobré el sentido al notar el silencio y me dispuse a decir alguna mentira improvisada pero Fedra se me adelantó.

           ─Bueno, nosotras sí que somos hermanas de verdad. Nuestros padres también han fallecido y también llegamos aquí gracias a unos amigos. Así que tenemos una historia bastante parecida a la tuya, Rafa.

           Bien, no había dicho ninguna mentira, no había sido necesario. Me sentí en la obligación de decir algo, pues noté que los tres posaban su mirada sobre mí.

           ─Nosotras estamos viviendo aquí desde hace tres años. También empezamos con un contrato de seis meses y… bueno, ya somos fijas. Hoy en día no es garantía de nada pero, al menos, no estás pendiente del día que acaba tu contrato. No salimos mucho por la ciudad, así que no os podemos recomendar ningún lugar en particular. Solo paseamos y disfrutamos de los escaparates de moda que van cambiando según la temporada.

           Me dio la sensación de estar hablando solo para Jorge, pues Rafa y Fedra entrecruzaban miradas que me recordaban a alguna de las películas románticas que habíamos visto en el cine. No sé si fue un flechazo o era la primavera que la sangre altera. Sin razón aparente, me sentí mil años mayor que ella. No sabía si aquello era solo mi imaginación o las chispas de sus miradas habían sido reales. No pude hacer nada por impedirlo.

           Cuando terminamos el café, le dije a Fedra que debíamos irnos, nos quedaban muchas cosas que hacer hasta el turno de la tarde. Nos despedimos amablemente y nos fuimos.

           Al ir a pagar. Ramiro sonrió cariñosamente a Fedra y le dijo:

           ─¿Ves cómo no era para tanto? El chico está loco por ti. No hay más que ver cómo te mira. Y tú, ayer, llorando sin parar. A tu edad, ¡No puedes tener mal de amores mi niña!

           Fedra me lanzó una mirada incisiva y a él le dirigió una sonrisa desganada. Ramiro notó que su comentario no nos había gustado y se fue inmediatamente. Siguió limpiando tazas y cucharillas.

           Si él se había dado cuenta de aquello desde la barra, entonces no era mi imaginación, las chispas de sus miradas habían sido reales. Yo solo quería que Fedra fuese feliz, pero en el fondo, tenía miedo de quedarme sola.

           ─Marina, ¿Tanto se me ha notado que me gusta ese chico? No quiero que se me vea el plumero.

           ─¡Ya estamos con la deformación profesional! ¡Deja el plumero tranquilo! Bueno, la verdad es que Ramiro y yo lo hemos notado. Pero creo que Jorge ni se ha dado cuenta pues intentaba darme conversación. En cuanto a Rafa, no sé si lo ha notado, pero yo diría que también le gustas.

           Aquella tarde nos dirigimos apresuradas hacia el trabajo por la acera exterior del parque, nos habíamos retrasado un poco porque Fedra quiso arreglarse el pelo y empolvarse la cara. Al paso que íbamos, aquel iba a ser el primer día que llegásemos tarde y, encima, por allí no pasaba el autobús. Creí que acabaríamos teniendo que echar una carrera. Un Ford Focus paró junto a nosotras. Jorge asomó su cabeza por la ventanilla y nos preguntó si queríamos ir con ellos al trabajo para que no llegásemos tarde. Sin pensarlo dos veces, dijimos que sí.

           Nos contaron que tenían un piso en la Avenida de Menéndez Pelayo, una avenida paralela a la calle donde nosotras vivíamos. Tras indicarnos que Rafa tenía veinticinco años y él tenía treinta y dos, mi hermana tardó dos segundos en decirles que ella tenía diecinueve y yo veinticuatro. Si hubiera podido, me la habría comido. ¿Qué les importaba a ellos nuestra edad? ¿Y qué nos importaba a nosotros la suya?

           En fin, no pude exteriorizar mi rabia contenida, nos plantamos en el parking de la empresa en tan solo cinco minutos. Al menos, no habíamos llegado tarde. Al entrar, el encargado nos dijo que fuésemos muy meticulosos en nuestro trabajo porque todas las tardes de ese mes iban a hacerse pases privados en nuestra planta. Aquella sala iba a ser nuestra primera obligación del turno de las tardes.

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