Experiencias

La vida teje una red que nos atrapa sin darnos cuenta y no permite que nos libremos de ella tan fácilmente.

           Aquella tarde Isabelín salió con sus amigas para ir al cine, daban una de James Bond y no querían perdérsela. Habían estado dos meses intentando convencer a sus padres para que las dejasen ir solas y al final lo habían conseguido. Ir sin carabina iba a ser una experiencia inolvidable.

           Riendo iban por la acera mientras Luisita les contaba su experiencia con Mario. Le había puesto la mano bajo su falda y había intentado tocar sus intimidades, a lo que ella, haciéndose la ofendida, había respondido propinándole una solemne bofetada. Todas sabían que a Luisita le agradaba este muchacho y que, a poco que él hubiese insistido, ella se habría dejado manosear, pero resultó que el compungido chaval, ante tal reacción, huyó con el rabo entre las piernas.

           Carmencita les confesó que su madre estaba siempre pendiente de ella, vigilándola de cerca. Lamentaba no poder tener una vivencia como la de Luisita. Así que, en cuanto tuviese la más mínima oportunidad para experimentar todas aquellas cosas, no pensaba darle una bofetada al chico, ni mucho menos. Era de conocimiento público que su madre se había casado embarazada y Carmencita había sido el fruto de su pecado, razón por la que pretendía que su hija no fuese una oveja descarriada. Las malas lenguas decían que se dejó engañar por un soldado durante la guerra civil y al verse embarazada se casó con aquel carnicero cuarentón al que hizo creer que su hija de cuatro kilos era una niña sietemesina.

           Isabelín, la más aburrida de las tres, disfrutaba siempre de la conversación de sus dos amigas. Ella no podía contarles nada de interés, su monótona vida se limitaba a ayudar a su madre en los quehaceres diarios de la casa y a bordar el ajuar por las tardes. Tampoco ella podía intimar con nadie, no porque su madre la vigilara, sino porque no salía nunca. Le gustaba Juanito, pero él difícilmente podía saber que ella existía. Aquel día quizá lo vería en el cine. Solo con pensarlo, notaba que su corazón se aceleraba por momentos.

           Entraron en la sala donde se emitía la película y ocuparon sus asientos. Habían llegado pronto y aún no había mucha gente pero, poco a poco, empezó a llenarse la sala. Mientras emitían el No-do, una nube de cuchicheos se adueñaba del local. Al lado de Carmencita se sentó un joven un poco mayor que ella, estaba solo, no había ido al cine con sus amigos. Ella le miró de reojo y se acercó a Isabelín para contárselo, Isabelín se lo contó a Luisita que estaba en el extremo, al lado del pasillo. Él no estaba nada mal, no era corpulento ni agraciado, pero iba bien vestido y tenía aspecto de chico formal. Miraba al frente, como si fuese indiferente a las miradas furtivas de las tres chicas.

           Algo llamó la atención de Luisita, su Mario había entrado con sus amigos y se había sentado dos filas más adelante. A su lado, una butaca vacía lindaba con el pasillo. Aquella era la oportunidad de hacer las paces con él y, quién sabe, dejar que le pusiese otra vez la mano bajo la falda. Sin decirles nada a Carmencita e Isabelín, abandonó su asiento y fue a sentarse junto a su amado.

           Mientras ellas dos cuchicheaban sobre lo que acababa de hacer su amiga, vieron en la penumbra que el dueño de aquella butaca conversaba con Luisita. No distinguieron bien quién era, seguramente alguno de los amigos de Mario que se habría quedado rezagado. Un minuto después, antes de que el acomodador pudiese alcanzarlo, dio la vuelta y ellas miraron hacia otro lugar intentando disimular su interés por él. Se dirigió hacia ellas y fue a sentarse justamente en la butaca de su amiga. Ninguna de las dos osó mirar al nuevo compañero. El acomodador, le siguió hasta la butaca y le pidió que le enseñase la entrada, se la enseñó sin ningún apuro y le dijo que era el novio de la señorita sentada a su lado. Ante tal respuesta y viendo el ticket correctamente numerado, el trabajador dio media vuelta y se marchó.

           Isabelín y Carmencita no salían de su asombro, ¡Como había podido decir eso! Sin duda alguna, era un caradura. Isabelín, atemorizada, se acercó todo lo que pudo a Carmencita y no quiso ni mirar por el rabillo del ojo. Se inició la película y al poco tiempo notó unos nudillos clavados en su hombro derecho. Era una mano de hombre que estaba cogiendo el hombro de su amiga. Le dio un codazo a Carmencita para advertirla, pero ésta se giró y la mandó callar con un dedo cruzado en los labios, evidentemente aquello era consentido. Decidió separarse de ella y dejarle espacio pero tenía que estar alejada del caradura, lo cual era bastante difícil dada la estrechez del asiento. Sin quererlo rozó el codo de su compañero y retiró su brazo velozmente. No sabía cómo comportarse, no quería mirar hacia su amiga para no molestarla ni mirar hacia el individuo que tenía a su lado por miedo a que le hiciese algo. Estaba deseando que terminase la película y no se estaba enterando de nada, una terrible angustia la invadía. Cuando ya quedaba poco para que finalizase la emisión, una mano tocó suavemente el brazo de Isabelín, era la de su misterioso acompañante, que quería llamar su atención. Giró su cabeza lentamente, conteniendo sus miedos al mirarle. Cuando vio que era Juanito, casi se desmaya. Con voz baja, él se acercó a ella para presentarse y decirle que le gustaba desde siempre, así que cuando Luisita le cambio la entrada vio la ocasión perfecta para hablar con ella. Sus palabras sonaban sinceras, esperando alguna reacción positiva en Isabelín. Jamás había estado tan cerca de su cara. Una vez recuperada de la impresión, se acercó a él y le pidió disculpas por su desconfianza, dándole a entender que no le desagradaba tenerle como acompañante. Aquello para él fue suficiente y, sin meditarlo mucho, la cogió de la mano. Así estuvieron hasta que se encendieron las luces, momento en que automáticamente se soltaron.

           Salieron las tres sonrientes de aquella sala, juntas, como habían entrado. Luisita, feliz por la reconciliación con Mario y sintiendo aún la huella de sus dedos en la entrepierna. Carmencita, satisfecha por su primera experiencia, por fín alguien le había metido mano. Isabelín, la más inocente, más enamorada que nunca, sabiendo que su Juanito también sentía lo mismo que ella.

           Una vez caes en su red, nada puede desengancharte. No tienes más remedio que seguir los cánones que marca esa sociedad y vivir la vida.


2 comentarios:

  1. yolanda, por fin he entrado en tu blog, como siempre veo los de fotografia... , pero también esta bien leer de vez en cuando y mas cuando las historias son originales que me han gustado mucho.
    un abrazo a Quini también
    XAvi

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  2. Gracias Xavi, me alegra saber que también tienes algún ratito para leer entre foto y foto. Un abrazo.

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