Buscando entre la basura

Erase una vez… una viejecita arrugada que encontré en una calle cualquiera de una ciudad sin nombre. La mujer rebuscaba entre las bolsas de un contenedor de basura. Su ropa sucia y remendada me llamó la atención. El cabello atado en una larga trenza, blanquecino y con alguna veta negra, tenía el aspecto desaliñado de la niña que se acaba de levantar y aún no ha tenido tiempo para cepillárselo.

          Giró su cabeza y me miró sonriente. Me había quedado inmóvil viendo la escena y no acerté a decir una palabra. Me dijo que había perdido su anillo de casada y no podía perder tan preciado tesoro. Era el único recuerdo que tenía de su anterior vida. Me preguntó si podía ayudarla.
         
           Me negué tajante, explicándole que era imposible encontrar un anillo perdido entre un montón de basura, que lo mejor que podía hacer era olvidarse de eso. Me miró triste y pensativa y me dijo que no se puede dar una batalla por perdida aunque parezca difícil ganarla, al menos hay que intentarlo. Siguió rebuscando.

          A diez metros de allí había un banco para sentarse. Permanecí allí expectante, pensando que finalmente se cansaría y aquello habría terminado. Incluso preparé unas monedas para dárselas cuando finalizara, para que pudiese comer algo y olvidar su pena.

           Un señor muy bien vestido pasó por detrás de ella y también se quedó mirándola. Ella le miró sonriente y le pidió que la ayudara. Ante mi mirada atónita, el señor bien vestido dobló su cuerpo dentro del contenedor y vi el movimiento de bolsas de basura hacia un lado y hacia otro. Me sorprendía que hiciese eso sin pensar que estaba ensuciándose la ropa, pero a él parecía no importarle. Finalmente, la viejecita le pidió que le ayudase a entrar dentro del contenedor, así podrían sacar las últimas bolsas de abajo y podría ver si su anillo se había quedado justo en el fondo. El señor, cuyas ropas habían quedado manchadas y sucias en grado extremo, se agachó un poco y con las manos fuertemente unidas le dijo que posase su pié en ellas para poder elevarla y meterla dentro. Con un poco de gracia, consiguió levantarla y ella entró en el cubículo. Aquel hombre retenía las bolsas hacia un lado, para que pudiese buscar con más tranquilidad aquel objeto que necesitaba encontrar. Lo encontró, yo no podía creerlo.

           Pasaron ambos ante mí y la señora me hizo un guiño. Cuando miré su cara, sus arrugas habían desaparecido, sus ropas estaban limpias y la trenza repeinada. El hombre parecía no haber estado nunca rebuscando entre la basura, incluso me pareció oler un aroma a suavizante en su ropa. No sé si fue mi imaginación la que quiso que los viera como dos personas más que pasean por la calle, dos personas con la vida resuelta y sin problemas.

           Me alejé de allí pensativa. Algo que yo hubiese dado por perdido, ellos lo habían encontrado. Decidí que, a partir de entonces, me aplicaría el cuento.

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