Pompeya

Aquella mañana visitamos la antigua ciudad de Pompeya. Una ciudad situada a los pies del volcán Vesubio, en la provincia de Napoles (Italia). Fue destruida en el año 79 d.C a causa de la erupción del volcán y a partir del s. XVIII rescatada entre las cenizas volcánicas.

           Estábamos en septiembre, era el cuatro de septiembre de 2007, y un calor matinal abrumador se adueñaba de nuestros sentidos. Iniciamos la visita sin demasiadas ganas, creyendo que ibamos a ver tan solo edificios derruidos con poco interés para nosotros. Para colmo, la subidita a la colina.

           Ese viaje lo hicimos con nuestros amigos, Elena y Pepe. No venía nuestra hija Noelia.

          Debo reconocer que nos equivocamos y resultó ser una visita muy interesante. Nos impresionó su pequeño teatro, su curiosa red de calles perpendiculares, la estructura de sus casas con estancias alrededor de un patio central, sus tiendas y un sinfín de detalles más que hicieron que nos olvidáramos del calor.

           La amplitud de la mayoría de las calles estaba marcada por el ancho de los carruajes romanos. Se veían las huellas del paso de las ruedas. Unas aceras altas protegían a los habitantes de la escorrentía del agua de lluvia y unas  islas de piedra insertadas en el centro hacían de paso de cebra.

           Se apreciaba la existencia de una zona comercial, donde encontramos mostradores de roca que presentaban distintos huecos donde poner las diferentes mercancias a la venta.

           El edificio de la panadería conservaba unos extraños hornos de piedra.  

           También pudimos ver el lupanare,  hermano de los actuales clubs de alterne, con sus camas de piedra escavadas en la roca. Sus paredes contenían dibujos representando los distintos servicios que podían ofrecerse a los clientes (me pareció estar viendo un libro de kamasutra). ¡Curioso!

           En la plaza del Foro pudimos ver restos de los principales edificios y templos de la ciudad. Unas columnas alzadas en el medio de aquel paisaje, nos hicieron comprender que aquella ciudad fue una ciudad poderosa e impresionante.

           Vista la ciudad y tras un cambio inesperado en la climatología, pudimos ver cuerpos humanos carbonizados por la lava del volcán. Una imagen impactante.


Un dibujo del Lupanare
Una casa con su atrium central
Las calles con sus pasos de cebra
Un cuerpo carbonizado


La plaza del Foro
Los hornos de la panadería

Una tienda

El estrangulamiento

Intentó con todas sus fuerzas quitar aquellas manos ásperas de su cuello. Sentía que se le escapaba el aire. No podía ver su rostro, estaba detrás de ella. ¿Nadie iría a ayudarla?

           Recordó una película en la que raptaban a unas chicas jóvenes para venderlas al mejor postor. ¡No podía ser cierto!

           La sensación de asfixia la devolvió a la cruda realidad. No querían venderla, querían matarla. Haciendo uso de sus últimas reservas de energía, comenzó a pegar codazos en el cuerpo de su agresor. Empleó sus piernas, pegó patadas como pudo. Clavó los tacones en sus zapatos. ¿Por qué a ella? ¿Alguien podía explicárselo?

           Sintió que sus fuerzas mermaban y, como una marioneta de tela, quedó inmóvil, a la espera del fatal desenlace. Notó como su circulación sanguínea se ralentizaba.

           María entró en la habitación de su hija, abrió la luz y vio que tenía tapada hasta la cabeza. Le dijo que tenía que levantarse para ir a la universidad. Pegó un tirón de la colcha para destaparla. Vio que estaba toda morada. Un grito de horror inundó la habitación. Tocó su rostro frío. Corrió al teléfono para llamar a su marido.

           Con el alma en un puño, regresó al dormitorio de su hija mientras llegaba su marido. La encontró plácidamente desperezándose. Se levantó, le dio un beso y se fue al servicio. María, desencajada, no comprendía qué había pasado. Hubiera jurado que estaba muerta y ahora la veía fresca como una rosa.

           Llegó su marido y las encontró: una, muerta por asfixia de colcha, en su cama; la otra, muerta por infarto, en el suelo.













La reina negra


Es difícil vencer la impotencia que nos causa la muerte de un ser querido. De repente, miles de palabras nunca dichas acuden a nuestra mente. Una cadena de frases mudas y sílabas rotas acaban por atormentarnos.

           Ante su llegada, quedamos sumidos en una batalla ajena intentando arrebatarle la victoria. No nos damos cuenta que luchamos al borde del abismo y somos nosotros los vencidos. La muerte es una reina negra que siempre hace jaque mate al rey blanco.

           Un sentimiento de amor teñido de infinita tristeza aplaca nuestra amargura, suavizando la derrota en la batalla.

           Nuestra existencia queda temporalmente interrumpida, lapidada, como si las piedras caídas en el camino descarnasen los cimientos de nuestra vida.

           El único bálsamo que nos hace despertar de ese lapso temporal son nuestras lágrimas. Lágrimas de despedida con las que hacer la argamasa necesaria para reconstruir las ruinas.

           Otra lucha se abre ante nosotros, continuar con nuestra vida. Debemos reanudar nuestra andadura y recobrar nuestra energía. Esos seres queridos dejaron su huella en nuestro corazón. Realizaron bien su trabajo. Ahora nos toca a nosotros. Un futuro nos espera, paciente y orgulloso. No le defraudemos, sigámoslo. Vivamos.

           Cuando nos llegue la hora, ya lucharemos cara a cara con la reina negra.

Último día del Taller de Narrativa (29-4-10 a 1-7-10)

Diez jueves, diez horas, diez amigos nuevos: David, Ana, Juan, Luis, Pepe, Teresa, Denís, Julio, Noelia y Yolanda. 

David Mateo Escudero, escritor valenciano con varias novelas en su haber, ha sabido despertar ese «yo» dormido que llevábamos dentro.
         
David Mateo Escudero, con Noelia (Mi hija) y conmigo.

Todos los compañeros han aportado su granito de arena a este Taller. Compartir historias ha sido muy gratificante. Espero que éste sea el primero de muchos más Talleres de Narrativa  a realizar en Chilches.
Luis Martínez Semper, también escritor valenciano, con nosotras.

En una palabra: FANTÁSTICO