Feliz Año 2011

A todos los que me habéis leido alguna vez y a todos los que no lo habéis hecho, os deseo un FELIZ AÑO 2011 y que vuestros sueños y deseos se cumplan.

           Y a todos los que me habéis sufrido durante el 2010, solo daros mi agradecimiento y deciros que me gustaría que siguiéseis estando ahí, sufriendo mis delirios de escritora.

A ti Noelia, por ser como eres y por animarme  a retomar una afición aparcada hacía años y, entre deberes y exámenes, asistir conmigo al taller de narrativa. Gracias hija. Te quiero.

A ti Quini, por ayudarme en todo lo que puedes, por darme ánimo en los peores momentos, por apoyar que retomara la escritura y escuchar sin demasiadas ganas mis relatos,  por hacerme creer que aquellas poesías e historias juveniles valían la pena, por compartir toda una vida conmigo, por ser mi marido y quererme. Te quiero.

A ti  Jesús, por dedicar tu tiempo a leer mi primera historia y decir sinceramente lo que opinabas de ella. Cualquier crítica constructiva merece la pena recibirla. Gracias hermano.

A vosotros, Alfredo y Pili, por soportar mi imaginación desbordada en ocasiones y seguir la gestación del relato Secreto entre hermanas en las cenas de los sábados. Gracias por vuestros consejos, amigos.

A vosotras, Begoña y Mari, que sóis las que más me sufrís cada día. Gracias por dedicar un poco de vuestro tiempo a leer mis historias y gracias por vuestros consejos.

A mis compañeros del taller de narrativa, por compartir sus relatos y  sus ideas conmigo, gracias a todos por escribir aquellas cosas maravillosas sin tener tiempo de pensar y, en particular, a Luis y a Ana,  por no hacerme sentir pequeña a su lado y dejar que aprendiese también de ellos.

A ti David, por haber sido el mejor maestro que hubiese podido tener en ese taller de narrativa y por haberme enseñado alguna técnica ya olvidada a la hora de escribir. Tus sabios consejos y tu forma de ser lograron despertar mi imaginación dormida. Gracias profe.

A mis padres, a mis suegros, a mis cuñadas y cuñados y a mis sobrinas y sobrinos, gracias por seguir ahí y quererme. Os quiero.

Y a todos aquellos que me seguís de forma pública o no. Gracias por estar ahí.

                             FELIZ 2011



Secreto entre hermanas (Parte III: Javier y Rubén, 2009)

“Pertenecer a una organización internacional era algo que me hacía sentir muy bien. Yo disfrutaba con mi trabajo, secuestraba a tiernas chicas confiadas y además me pagaban por ello. ¡Aquellas golfas lo tenían merecido! Venían a España con la intención de pasarlo en grande gastando el dinero de sus papás, pero el tiro les salía por la culata.

           Rubén y yo formábamos un buen equipo, estábamos bien compenetrados. El problema surgió cuando yo cometí el fallo de dejarme engatusar por Elena y me casé con ella. Él fue más listo que yo, permaneció soltero, sin ninguna responsabilidad y sin tener que dar falsas explicaciones a nadie. Nunca quiso que le dijese a ella que yo tenía un hermano. Decía que llegaría el momento en que nos vendría bien que no lo supiese.

           Nos habíamos criado en las calles, sin padres, cuidados por unos y otros. Nadie podía distinguirnos porque éramos gemelos idénticos. Las sensiblerías no iban con nosotros. El día a día era una continua lucha por la supervivencia. Así que nos importaba bien poco qué les ocurriera a esas fulanas, ¡Si no les gustaba el futuro que les esperaba, que se buscaran la vida! Nosotros también nos la habíamos buscado.

           Los primeros años de mi vida conyugal, me pasé el tiempo contando mentiras a Elena, como si tuviera que darle explicaciones. ¡Un infierno! Ella creía que yo era comercial de una multinacional y que por ese motivo viajaba mucho. No me preguntaba por el dinero, ese no era un tema que le preocupara en absoluto. Yo ingresaba una parte de mi dinero en una cuenta común, de la cual ella disponía libremente y el resto, lo guardaba en otro lugar, para cubrir mis necesidades, sin que ella supiese de su existencia.

           Todo hubiese ido bien si Elena no se hubiese quedado embarazada. No sé porqué las mujeres sienten la llamada de la maternidad. Yo no quería tener hijos y ella lo sabía, por ello me sentí engañado. Le pedí que abortara, pero no accedió. Tenía que haberla echado de casa aquel día, pero por algún motivo no lo hice. Tuvo una niña, una cría llorona que no dejaba dormir a nadie. Por aquel tiempo, yo pasaba más tiempo fuera de casa que en ella. ¡No podía soportarlo! Necesitaba descansar cuando iba a mi hogar y era imposible. Recuerdo que alguna vez dudé que fuese hija mía, pero no le exigí la prueba de paternidad. Con el tiempo que pasaba en casa, aburrida y sin nada que hacer, era posible que hubiese buscado otro hombre que la animara y que aquél fuese el padre de la mocosa. Por si aquella duda que me corroía no fuera suficiente carga, cinco años después volvió a engañarme y se quedó otra vez embarazada. ¡No sé por qué no la maté en ese momento, antes de dejar que todo siguiese adelante! Por algún motivo no lo hice, aunque no creo que fuese la llamada de la sangre, supongo que serían los jueguecitos con mantenía con Elena, pues ninguna mujer me hacía sentir tan bien como ella. Fue otra niña, otra mocosa más llorona todavía que la anterior.

           En mi trabajo hubo varios soplos que hicieron peligrar algunas operaciones. Los jefes decidieron prescindir durante una temporada de nosotros. Corrían malos tiempos, y nos dijeron que habíamos tenido algún descuido en los últimos secuestros y querían estar seguros de que nadie nos seguía. Dejé de tener noticias de Rubén y tuve que quedarme recluido en casa, con Elena y sus dos hijas. Le dije que perdí mi trabajo y que buscaría otro más adelante, cuando me hubiese recuperado de mi estrés. La situación era más insoportable cada día. Yo no quería hacerme cargo de las niñas, eran obligación de su madre, así que para evitar las suplicas de Elena decidí que tenía que buscarme alguna diversión. ¡Menos mal que encontré a unos compañeros de partida con los que pasar mis tardes en el bar! Apostar dinero y beber con ellos me sentaba bien, al menos ahogaba mis penas.

           Nunca le dije a Elena que tenía un hermano gemelo, era casi mejor que no lo supiese, ni ella ni nadie.

           En una de nuestras discusiones diarias, a Elena le dio un infarto y se murió. Tuve que quedarme con aquellas dos crías, una con doce y otra con siete años. No pensaba hacer nada por ellas, ¡Ya se buscarían la vida! Otra opción era abandonarlas, pero ¿dónde iba a ir yo? ¡Encima, dejar mi casa! A eso no estaba dispuesto.

           La niña mayor me pilló la idea desde el primer día y comprendió que no debía molestarme. Ella se hacía cargo de la hermana y prácticamente ni me dirigía la palabra.

           El tiempo pasaba rápido y observé que se le iba moldeando la figura. Era toda una mujer, a cualquier idiota le gustaría pasarlo bien con ella, era una pena desperdiciar aquello, ¡Que mejor chulo que yo! Los fondos de la cuenta común iban menguando y mi fondo de reserva prefería no tocarlo, así que ella podía ser mi nueva fuente de ingresos. No podía sacarla a la esquina para ofrecérsela a cualquiera porque hubiese alarmado a la población, así que tuve que pensar de qué modo hacerlo.

           Una noche que fui a jugar a cartas al bar, terminé en casa jugando con uno de mis amigos. Estábamos bebiendo y riendo cuando apareció la mayor gritando y ordenándonos que nos callásemos. ¿¡Quién se había creído que era!? Pensé que aquella podía ser la ocasión que yo esperaba y se la ofrecí al idiota de mi amigo si ganaba la partida. A cambio él tenía que perdonarme la cuantiosa deuda que tenía con él. Aceptó encantado y, por supuesto, estando casado y con dos hijos, no diría a nadie lo que había pasado esa noche. Él ganó la partida y se llevó su premio. Yo, de un plumazo, tenía una deuda liquidada. Nunca había pensado que podía llegar a ser el chulo de aquellas niñas, pero me resultó muy fácil. De momento la pequeña era demasiado niña, pero ¡Ya le llegaría la hora! Marina se resistió como una fiera, pero fue fácil para mi amigo hacerse con ella porque era muy corpulento. Pronto convencí al resto de mis amigos para pasar un rato agradable con la chiquilla y de ese modo yo fui mejorando mi economía. Aquello me produjo unos buenos beneficios. Nadie sabía a qué se dedicaba esa niña por las noches y el secreto estaba bien guardado pues a nadie le interesaba que se supiese. ¡Solo tenía que acostarse con mis amigos, tampoco le pedía más! ¡Ni que fuera una atrocidad! ¡Aquello era un servicio social! Ellos habían hecho voto de silencio. Marina solo intentó jugármela una vez, y temí que me denunciara, pero le dejé bien claro que como intentara algo no solo la mataba a ella, sino también a la hermanita. Así que, todo fue como la seda.

           La pequeña también fue creciendo y, no solo tenía un buen cuerpo, además era muy guapa. Era una lástima desperdiciar aquello con los sinvergüenzas de mis amigos. Lo tenía todo pensado, sacaría un buen fajo de billetes con ella. Luego, ya veríamos qué haría, igual tenía que enviarlas a algún país extranjero haciendo uso de la organización o quizás, para no dejar cabos sueltos, tenía que matarlas.

           Llamé a Rubén, hacía cinco años que no nos veíamos, pero aún conservábamos nuestros números de móvil para localizarnos. Nuestro último secuestro no salió bien, tuvimos que matar a un par de chicas que se habían escapado. No me gustó aquel trabajo porque el almacén donde las ocultamos estaba muy cerca de la casa de la montaña y temía que pudiesen seguir mi rastro. Durante todo este tiempo no había sabido nada de él.

           Mi hermano desconocía la existencia de Marina y de Fedra, así que cuando le conté que prostituí a Marina y que pensaba vender la virginidad de Fedra al mejor postor, se quedó un poco extrañado. No parecía entender que un padre le hiciese eso a sus hijas, pero cuando le manifesté que no creía que yo fuese el padre, entonces lo comprendió. Era una forma bonita de vengarme de la que fue mi mujer, Elena. Rubén se ofreció para hacer las gestiones necesarias para conseguir algún cliente ricachón que desvirgara a la pequeña, seguro que sacábamos los dos una buena tajada. Me dijo que se pondría en contacto conmigo para informarme de todo cuando lo hubiese encontrado.

           Un tiempo después, me dijo que ya lo había localizado y que éste pensaba pagar muy bien el servicio. Era un empresario polaco, amigo de uno de los jefes de la organización, que no sabía hablar español. Nuestro jefe quería que Rubén se hiciera pasar por mí porque hablaba un poco el polaco y sabría llevar mejor la situación. Acordamos que así fuera, y que aquel día él fuese yo, pero le dejé bien claro que estaría vigilándole. No me fiaba de nadie y, por tanto, mucho menos pensaba fiarme de mi hermano y de mi jefe. El dinero es muy goloso y aquel tipo loco iba a pagarme cien mil euros por estar con ella. Nunca había visto tanto dinero junto. La había visto en una foto y se había encaprichado con Fedra. Lo que no sabía era qué iban a sacar mi hermano y nuestro jefe por esta negociación. Sin duda, debía ser infinitamente rico, nadie que yo conociese era capaz de pagar tanto por desvirgar a alguien.

           Aquella noche, Rubén, tal como yo le dije, sin mediar palabra, tomó a Fedra fuertemente del brazo, la subió en mi camioneta y se la llevó hasta la casa de la montaña. Allí era donde prostituí a Marina y allí era dónde debía empezar su nuevo oficio la pequeña. Aquella casa había sido de los padres de Elena, fallecidos hacía años y, como ella era hija única, al morir ella, la casa había pasado a ser mía.

           Fui a tomar una cerveza al bar y luego cogí mi coche. Aquella noche hacía frío, así que me puse los guantes finos de espuma para conducir mejor y no sentirme tan anquilosado. Me acerqué hasta la casa para espiar qué pasaba en su interior y me asomé por la ventana. Vi que un hombre zarandeaba el cuerpo de mi hermano, no sabía qué había sucedido pero pude ver con mis propios ojos que brotaba sangre de la espalda de Rubén. Un arrebato de furia me cegó al instante y quise defender a mi hermano de aquel personaje desconocido. Entré en la casa y me abalancé sobre aquel individuo. Mi hermano, que parecía inconsciente, estaba sentado en la mecedora. Vi cómo asomaba su navaja en el bolsillo del pantalón, así que la cogí y le asesté una puñalada a aquel hombre. No fue una puñalada certera porque el tipo aún tuvo fuerzas para arrancarme la navaja e intentar lanzarme una puñalada pero, desgraciadamente, al ser esquivada por mí, fue a hundirse en el corazón de mi hermano. Enfurecido por la rabia, le di un puñetazo que lo dejó inconsciente, arranqué la navaja del corazón de mi hermano, que cayó desplomado sin vida a mis pies y, a continuación, le asesté varias puñaladas al asesino de Rubén. Arranqué la navaja de aquel otro cuerpo sin vida y pensé en llevármela pero me di cuenta que llevaba los guantes y no había dejado huellas en ella, por eso preferí dejarla allí en el suelo para que la encontraran y pensaran que había sido un ajuste de cuentas entre ellos.

           Mi vista quedó nublada un instante ante aquella escena, pero ya no había nada que hacer. Me acordé de la chiquilla y me asomé a la habitación por si se había quedado allí muerta de miedo, pero no estaba. Seguramente habría escapado por la ventana del servicio. En ese momento no podía darle su merecido pero, aunque perdiese la vida en ello, estaba dispuesto a encontrarlas y hacerles pagar todo el daño que me habían hecho. El solo hecho de pensar que ellas iban a quedarse con toda mi fortuna, me trastornaba, y eso no estaba dispuesto a consentirlo. Supuse que la policía no tardaría en saber lo que había ocurrido allí, así que decidí alejarme y volver cuando las aguas se hubiesen calmado. Con un poco de suerte, creerían que era yo el muerto, no Rubén.

           Huí de allí sin mirar atrás”.

           ─Oiga, ¿puede darme un vaso de agua? Esto de declarar me está dejando la boca seca. ¡Jodida suerte la mía!

           ─Tome el vaso. Continúe por favor, aún no ha terminado.

Secreto entre hermanas (Parte II: Jorge y Rafa, 2005-2006) (5)

Rafa y yo teníamos unas instrucciones muy precisas, debíamos proteger a Marina y a Fedra porque en algún momento Rubén Alonso intentaría secuestrarlas. Así que, aunque el Inspector Poveda creyó, en un principio, que seis meses eran suficientes para nuestra investigación, después de lo visto durante el día, nos dijo que movería los hilos para que nos reincorporaran en la empresa de moda. Aquel había sido un largo día, así que necesitábamos descansar para que nuestros agotados cuerpos se recuperaran.

           Al día siguiente, de buena mañana, nos llamó Pérez para decirnos que debíamos acudir inmediatamente a trabajar y ocupar los puestos de Marina y Fedra. Me quedé perplejo ante la noticia. Era evidente que el inspector no se dormía en los laureles, no había querido dejarnos descansar ni un día. Le llamé para conocer más detalles sobre el operativo ya que no nos había concretado nada el día anterior, pero nos dijo que él no había tenido nada que ver con esa llamada pero pensaba hablar con Paolo para averiguar cuál había sido el motivo.

           Aquello me dejó preocupado, llamé a Marina un montón de veces, intentando descubrir qué había pasado, pero fue imposible contactar con ella, su móvil parecía estar apagado o fuera de cobertura. Miré desde la ventana la casa de las chicas, las luces estaban apagadas, parecía que habían salido.

           Sin saber qué ocurría, nos presentamos ante Pérez y nos comunicó que nos prorrogaban el contrato porque ellas habían dejado sus plazas vacantes aquella misma mañana, y que sólo sabía que se encontraban bien. Pero… ¿Dónde estaban? Volví a insistir llamando a Marina, incluso dejé varios mensajes en su buzón de voz, no tuve suerte. Nadie nos dio ninguna explicación, llamé al inspector para saber qué ocurría, pero nada, no cogía el móvil y en la comisaría tampoco sabían dónde estaba.

           Las órdenes del inspector habían sido regresar a la empresa y continuar trabajando, así que poco podíamos objetar. Firmamos la prórroga y empezamos donde ellas lo habían dejado. Como habíamos empezado más tarde de lo normal, aquel día no terminamos a las nueve sino más tarde. Estaban dando las doce en el campanario de la catedral cuando salimos por la puerta. Aquel día nos dieron la tarde libre.

           Insistimos más veces con nuestras llamadas pero no pudimos hacernos con ellas. Fuimos a su piso con la esperanza de encontrarlas, pero no estaban allí. Hablamos con Méndez y Núñez por si ellos tenían alguna noticia pero tampoco sabían nada, solo nos dijeron que no podían estar con su tío, porque ellos seguían vigilándole y había regresado a su piso. Decidimos  ir a la comisaría para hablar personalmente con el inspector ya que no podíamos contactar con él telefónicamente, pero había salido y nadie conocía su paradero. Desesperados, como último recurso, nos acercamos al Menfis para ver si Ramiro sabía algo; creí que quizás él, como buen cotilla, podía tener información valiosa. Pero no fue así, no tenía noticias de las chicas desde hacía dos días, y la última vez que las vio no le comunicaron que quisieran irse de la empresa. De repente, me sentí absurdo, cogí del brazo a Rafa, nos despedimos apresuradamente y corrimos hacia el coche, un sudor frío recorrió mi frente al imaginar que habíamos llegado tarde para protegerlas.

           Fuimos de nuevo a su casa y llamamos repetidamente al timbre. Cuando oímos la voz de Marina al otro lado del interfono, nos tranquilizamos. Intentamos recomponer nuestras caras y recuperarnos de aquel mal trago, por fin sabríamos qué les había sucedido. Cuando subimos y llegamos a su puerta, ya estábamos más enteros, aunque nuestra cara debía ser un poema.

           Le manifesté nuestra preocupación por ellas, y Marina, con voz sosegada y tranquilizadora, nos dijo que habían dejado aquellas plazas voluntariamente ante una proposición de trabajo que les habían hecho. Sin más explicación, nos llevó a la salita, donde se encontraba su hermana. Fedra nos contó que tuvo que desfilar sustituyendo a una modelo que había abandonado la empresa y que se había sentido como pez en el agua. El semblante de Rafa cambió totalmente, se le veía relajado, como si le hubiesen quitado una gran losa de encima.

           Estaban viendo un programa de entretenimiento y nos sorprendió ver a una majestuosa Fedra cogida del brazo del señor Giovanni. A Rafa se le caía la baba. El locutor comentó que Fedra, la nueva modelo de Paolo&Giovanni pronto llegaría a ser reconocida internacionalmente. Nos quedamos sin habla y, por la cara que se les quedó a las hermanas, diría que ellas tampoco sabían nada.

           Aquello seguramente sería un duro golpe para Rubén Alonso, tendría que medir muy bien sus pasos, pues Fedra y Marina habían cambiado el rumbo de su vida. Continuamente se verían rodeadas de fotógrafos y reporteros y, por supuesto, Rafa y yo pensábamos convertirnos en sus guardaespaldas, bueno, eso era un decir. Ellas, evidentemente, no tenían que saber nada de nuestra verdadera profesión, sólo que nos tenían allí para lo que necesitasen, de momento, era suficiente.

           El tiempo pasó rápido y, en más de una ocasión, acompañamos a Marina y a Fedra a los diversos actos a los que acudieron. Al señor Paolo y al señor Giovanni parecíamos agradarles y permitían nuestra presencia siempre que podían. Debían suponer que nuestro trabajo tenía algo que ver con las hermanas Alonso, pero su discreción les impedía hacernos ninguna pregunta sobre qué investigábamos. Cuando ellas viajaban a otros países, nosotros nos quedábamos con Méndez y Núñez para continuar los pasos de su tío, de ese modo las chicas no sospecharían nada de nosotros. Otros dos compañeros las acompañaban y las protegían haciéndose pasar por fotógrafos de la empresa. Teníamos cientos de fotos de Marina y Fedra en diversas ciudades del mundo, después de todo, nuestros compañeros no eran tan malos fotógrafos.

           Rafa y Fedra consolidaron su relación a pesar del esfuerzo que supone moverse en el mundo de la moda y, aunque Marina no se lo puso nada fácil, él consiguió hacerle ver que lo que sentía por su hermana era amor verdadero.

           Él estaba locamente enamorado de ella, me confesó que había tenido relaciones sexuales con Fedra y sabía que era su media naranja. Cuando todo acabara y fuese libre para hacer públicos sus sentimientos, pensaba pedirle que se casara con él. Fedra, en una ocasión, le confesó que no quería contarle nada a Marina sobre sus experiencias sexuales porque no quería hacerle daño. No le dio más explicaciones, aunque tampoco eran necesarias para Rafa.

           Por mi parte, conseguí romper alguna de las barreras que me impuso Marina al principio. Notaba que ella se sentía bien conmigo. Volvió a sonreír habitualmente e incluso llegué a creer que se había olvidado de aquellos cinco años de infierno vividos con su padre. Sentía que mi corazón se desbocaba cuando notaba un roce de su piel, pero también sabía que debía contenerme. Su pasado la había marcado profundamente y una cicatriz tan grande solo puede curarla el amor. No quería que creyese que solo la deseaba como se desea a cualquier mujer, quería que supiese que la quería y que era capaz de esperar hasta que ella fuese capaz de contarme su pasado. Era insufrible, sí, pero aguanté estoicamente. Sólo de ese modo, sería capaz de quitar la coraza que la cubría y podría entregarse a mí. De momento, me conformaba con quererla en silencio, sin prisas, gozando de su compañía, protegiéndola en caso de que su tío pretendiese hacer lo que nos temíamos que iba a hacer. En el fondo, sabía que ella también me correspondía. Con eso, me sentía feliz.

           Durante aquel año, gracias al esfuerzo de diversas comisarías de policía, fueron liberadas dos chicas más en Cáceres y otra más en Sevilla. No apareció ninguna noticia en los medios de comunicación sobre mujeres secuestradas ni sobre trata de blancas. La investigación continuaba su curso. Cada vez habían más implicados en la trama: los dueños de varios prostíbulos españoles e incluso algún empresario rico del país. Pero en las noticias ofrecidas por los diversos medios de comunicación se informó únicamente sobre la detención de varias personas involucradas en el negocio del blanqueo de capitales. Ahí quedaron los avances noticieros.

           El cabecilla debía pensar que éramos idiotas, porque en ningún momento se dejó escapar cuál era el negocio que intentábamos desenmascarar.

           Como se suele decir: «Tiempo al tiempo».





Secreto entre hermanas (Parte II: Jorge y Rafa, 2005-2006) (4)

Días después, pasamos por la Comisaría, nos había avisado el Inspector Poveda. Acudimos los cuatro: Méndez, Núñez, Rafa y yo.

           ─Esta mañana me han pasado copia del informe de la policía judicial de Castellón. Han interrogado a los amigos del padre de las chicas. Desconocían que tuviese un hermano. Según siete de ellos solo hacían partidas con apuestas en la casa de la montaña donde aparecieron muertos el padre y el polaco. El último amigo interrogado, sintiéndose avergonzado, ha confesado que el padre les dejaba beneficiarse de la hija mayor a cambio de dinero.

           Cuando oí aquello, empecé a comprender muchas cosas de Marina. Aquella impresión de «dama de hierro» se confirmaba al conocer su pasado. ¿No sería ella la que había matado a su padre? Quise borrar aquella idea de mi mente y continué escuchando al inspector.

           ─Tras aquella declaración, han vuelto a interrogar al resto y, tristemente, han confirmado que la chica estuvo con todos ellos, evidentemente obligada por su padre. Esa situación duró desde sus catorce años hasta la muerte de Javier Alonso. Me temo que esta investigación puede llevarnos por otra vía. Ya se han tomado las medidas oportunas contra estos tipos.

           ─¿No han confesado nada respecto a Fedra, la menor? ─preguntó un conmocionado Rafa.

           ─No, a la menor no llegaron a tocarla. Por lo visto, su padre se enteró de que la virginidad estaba muy bien pagada en ciertos círculos, y les dijo que primero tenía que sacar una buena tajada y que luego ya la catarían.

          ─Fedra tenía catorce años cuando murió su padre ─dije.

           ─Efectivamente, creemos que tuvieron algo que ver con esa muerte. Deberán descubrir hasta qué punto estuvieron implicadas. Pudo ser algo premeditado por la mayor, para evitar sufrimientos a la pequeña. No sé…

           ─A través de don Leandro, hemos averiguado que la familia se empadronó en ese municipio cuando la mujer estaba embarazada de Marina. Todo parecía normal los primeros años. El marido estaba poco en casa, ella decía que era comercial y por ello viajaba mucho. Nadie le dio importancia. Con la segunda hija, su marido, por lo visto, perdió el trabajo y empezó a frecuentar los bares de la población. A las niñas no les hacía ni caso. Nunca vieron a ningún familiar en la casa ─informó Núñez.

           ─¿Sería ese empresario polaco el comprador de la virginidad de Fedra? ─pregunté.

           ─Eso deben descubrirlo ustedes. Intimen con las chicas si es necesario.

           ─Ninguna de las dos se merece eso. Estoy seguro que son inocentes ─dijo un indignado Rafa.

           ─Señor Martínez, no vaya por donde creo que va, porque me veré obligado a apartarle del caso.

           ─Yo respondo por él Inspector Poveda ─me apresuré a decir.

           ─Eso espero, lamentaría tener que apartarlos a los dos.

           Los días siguieron su curso normal, no nos dejamos impresionar por lo que habíamos oído en la Comisaría, sabíamos que ellas habían sido unas víctimas inocentes de lo que fuera que hubiese pasado. Seguiríamos nuestra amistad, sin delatar quiénes éramos y protegiéndolas si su tío decidía hacer algo contra ellas.

           Un día, mientras estábamos limpiando los grandes ventanales del mirador, apareció un ofuscado señor Paolo que acababa de recibir una mala noticia: una modelo se había roto la pierna y no podía hacerse la prueba de un vestido. Le insinué que tenía la solución al alcance de la mano, solo tenía que pedirle a Fedra que la sustituyese. Me lo agradeció. Le dije que estaba con Marina, limpiando los servicios de señoras. Rafa y yo sonreímos cuando le vimos asomar tímidamente la cabeza por la puerta. Fedra aceptó y nosotros decidimos que no podíamos perdernos aquel evento. Nos las apañamos para no perder detalle detrás de las grandes cortinas de la sala. En un momento que entraron varias personas de confección, casi nos descubren. Hubiese sido una situación difícil de explicar. La prueba fue un éxito, Fedra lo hizo a las mil maravillas. Noté que Marina estaba emocionada. Luego, en el Menfis, nos contaron cómo había sucedido todo y, para celebrarlo, nos invitaron a cenar a su casa.

           Cuando llegamos, una Marina sonriente nos explicó el sencillo menú que nos esperaba. Su sonrisa iluminó toda la estancia y cuando sus ojos se posaron en mí noté que una corriente eléctrica me atravesaba. No sentía aquello desde mi pubertad, cuando me enamoré perdidamente de mi profe de «mates». Fue una cena fantástica, no importa qué comimos, hasta una ensalada de piedras me hubiera parecido un manjar de dioses.

           Nos quedaban dos semanas para la finalización del contrato y Pérez nos comunicó que debíamos disfrutar nuestras vacaciones y pasar por allí a final de mes para arreglar el papeleo que quedara. Se lo explicamos a las chicas del modo más indiferente que pudimos, diciéndoles que seguiríamos en contacto.

           La primera semana las vigilamos desde casa, escuchamos sus conversaciones, algunas de trabajo y otras sobre su preocupación por nosotros, y sobre todo, ayudamos a Méndez y a Núñez a seguir los pasos del tío de las chicas.

           Una mañana que estábamos los cuatro en el coche de Méndez, vimos salir de su portal a Rubén Alonso, cogió un taxi que le llevó a la estación y nosotros tomamos la misma dirección. Apoyado en una columna del andén, le vimos escrutar detalladamente a todas las chicas que bajaban del tren. De repente, sacó un cartel que llevaba bajo la chaqueta y lo mostró sonriente a una joven. El cartel mostraba el logotipo de una agencia de viajes, por lo que la chica se acercó a él sin ningún temor. Rubén tomó cortésmente su maleta y le indicó que le siguiera. Nosotros cuatro, cada uno desde un punto, les seguimos. En una de las puertas laterales de la estación, vimos una furgoneta que presentaba el mismo logotipo del cartel, ya había un conductor al volante, la chica confiada subió detrás y Rubén se sentó de copiloto. Rafa había acercado nuestro coche hasta allí, así que subimos y seguimos aquella misteriosa furgoneta. No distinguíamos el interior de la furgoneta, sus cristales tintados lo impedían. Salió de la ciudad en dirección a Madrid. Estábamos en el buen camino. Circulamos una hora por carretera nacional y luego tomamos un desvío hacia el interior de la sierra. Como no circulaban tantos coches por allí, intentábamos mantener la distancia.

           Se adentraron por un camino de grava, no parecía muy transitado y la furgoneta iba muy despacio. Rafa y yo bajamos del coche y les seguimos ocultándonos entre los árboles. Pararon ante una granja de cerdos. Bajaron Rubén y dos individuos más que portaban a la chica inconsciente hacia el interior de la nave trasera. Nos acercamos a las ventanas y pudimos asomarnos para ver el interior, la sentaron en una silla y la ataron con una correa. A su lado habían dos chicas más que también parecían drogadas. Del cuarto del fondo, salieron seis hombres armados. Aquel era uno de sus centros operativos, no cabía duda. El más mayor de todos, le dio un fajo de billetes a Rubén y éste les entregó una parte a los dos hombres que le habían ayudado en el secuestro. Me alejé de allí unos metros para alertar a Méndez y a Núñez y decirles que pidiesen refuerzos, pero ya se habían adelantado, dos unidades de la policía local de aquel lugar estaban acercándose y había sido alertada nuestra Comisaría, por lo que no tardaría en aparecer el Inspector Poveda. De momento, las órdenes eran mantenerse alejados y a la espera de nuevas instrucciones. 

           Cuando regresé a la ventana, Rafa había conseguido abrir una rendija de la misma y parecía oírse lo que se hablaba en el interior.

           ─Y bien, Javier, ¿Cuándo piensas traer a esas dos chicas de las que nos has hablado tantas veces? Ten en cuenta que si la mayor tiene veinticuatro años, cuanto más tardes más difícil será venderla.

           ─No tardaré mucho, no te preocupes. Ahora bien, de la pequeña quiero sacar más tajada, creo que aún es virgen. Y con la carita que tiene… seguro que vale su peso en oro.

           ─Eso depende de los compradores. Si es virgen, de ésta sales jubilado. No tendrás más problemas de dinero. Podrás irte bien lejos y comprar una nueva identidad.

           Aquello me dejó desconcertado, parecían estar hablando de Marina y de Fedra. No sabía por qué le llamaba Javier. Aquel era Rubén, su hermano había muerto.

           Méndez esperaba nuestra señal para acercarse a la granja.

           Llamé al inspector y le conté lo que habíamos oído. Era demasiado interesante como para dejarlo correr. Decidió que, mientras no hiciesen nada a las chicas, esperaríamos a que diesen el siguiente paso.

           Nuestros coches estaban camuflados entre los árboles, ellos no podían verlos. Vimos llegar un camión de transporte de animales. Los hombres armados llevaron a las tres chicas, aún inconscientes, a la parte trasera del camión, Había un departamento cerrado que contenía tres huecos, a modo de nichos, con puertecillas agujereadas. Un enorme cerrojo cerraba las puertas desde el exterior. El camión se fue con un conductor y un copiloto. El resto de personal se quedó allí.

           El Inspector Poveda montó un dispositivo de vigilancia en la granja. En cuanto al camión, una hora después, sufría un accidente provocado que se aprovechó para liberar a las tres chicas. Despertaron en un hospital de la ciudad, sanas y salvas, protegidas por una identidad española. Cuando se recuperaron, regresaron a sus países de origen. Los dos hombres del camión fueron arrestados por mil cosas, aunque en ningún momento se les acusó de secuestro. Si sus compinches pensaban ayudarles, como mucho podrían creer que las chicas se habían escapado y creerían que aquello les había beneficiado porque no se había descubierto su negocio.

Secreto entre hermanas (Parte II: Jorge y Rafa, 2005-2006) (3)

Como era el primer día, nos enredamos un poco. Bajamos escopetados al garaje y cogimos mi Ford Focus, giraríamos por la calle de las chicas y nos dirigiríamos como un rayo hacia Paolo&Giovanni. ¡No me lo podía creer! Vi a las hermanas caminando a paso rápido por la acera que bordeaba el parque. Asomé la cabeza por la ventanilla para invitarlas a venir con nosotras y, curiosamente, aceptaron. Les explicamos dónde vivíamos y nos reímos por la coincidencia. Fedra nos dijo que ella tenía diecinueve años y Marina veinticuatro. Creo que a Marina no le hizo mucha gracia que su hermana nos dijese su edad, pero no le dio tiempo a replicar porque llegamos al parking de los empleados de la empresa y tuvimos que ir rápidamente a los vestuarios.

           El encargado nos indicó que nuestra primera obligación de las tardes era la sala de la pasarela, iba a ser un mes cargadito de visitas. Rafa se quedó maravillado cuando vio la majestuosidad que allí se respiraba y le pidió picaronamente a Fedra que desfilase para nosotros. La chica, encantada, nos hizo un pase de auténtica profesional. Fue Paolo, uno de los jefes, quien rompió la magia del momento al pillarnos «in fraganti».

           Rafa y yo nos vimos en la obligación de darle una explicación a Paolo. Cuando terminamos el turno nos acercamos a su despacho.

           ─Buenas tardes señor Paolo ¿Puede atendernos un segundo? ─le pregunté.

           ─Sí, claro, pasen.

           ─Quisiera pedirle disculpas en nombre de los cuatro por lo que ha sucedido en la sala. En realidad fui yo quién incitó a Fedra a realizar el pase ─le dijo un compungido Rafa.

           ─Gracias, si no fuera por usted no lo habría visto.

           ─¿Cómo dice? ─le preguntamos al unísono.

           ─Nunca habría imaginado que una de mis limpiadoras fuera tan bella y tuviese ese porte majestuoso en la pasarela. Me informaré sobre ella. Veremos si puedo hacer algo.

           ─Señor, son dos hermanas. Una no va a ningún lado sin la otra. En el lote tienen que ir las dos o no tendrá a ninguna ─apunté.

           ─Bien, pues me informaré de ambas. ¿Cómo ha dicho que se llaman?

           ─Fedra es la que ha visto desfilando, tiene diecinueve años. Marina es su hermana, tiene veinticuatro. Ambas trabajan aquí desde hace tres años ─le indicó Rafa.

           ─Un informe en toda regla, sí señor, por un momento había olvidado quiénes eran ustedes. Si están aquí es porque Luis Poveda es un amigo nuestro de la infancia. No sabemos qué investigan, ni queremos saberlo si no es necesario. No queremos líos, sean discretos.

           ─Tranquilo, lo somos. Buenas tardes ─le contesté, mientras salíamos de su despacho.

           Algunos días, coincidíamos en el Menfis «casualmente» e intentábamos obtener información de su anterior vida. Un día, en un momento que Marina fue al servicio, a Fedra se le escapó que no tenían familia, sus padres habían sido hijos únicos y no llegaron a conocer a sus abuelos. También nos comentó que Elisa y Manuel, los dueños del restaurante donde trabajaba Marina, fueron para ellas como unos padres.

           Marina era una fortaleza herméticamente cerrada, cuanto más la miraba más me gustaba. Ella no soltaba nada que fuera de interés para nuestra investigación. Solo hablaba de trabajo y rutinas. Su pasado no parecía ir más allá de los seis meses.

           Efectivamente, comprobamos que no salían mucho, más bien nada. Las vigilábamos con los prismáticos desde nuestra ventana. Solo nos faltaba tener algún micro instalado en su piso para saber de qué hablaban pero, para eso, debíamos tener la oportunidad de entrar en él y con Marina eso iba a ser difícil.

           Un día que llovía a mares, llegaron empapadas a trabajar. No podíamos llevarlas a casa porque habíamos quedado con Méndez y Núñez pero, como no parecía que fuese a parar de llover, me ofrecí a recogerlas para ir juntos al turno de tarde. Me disculpé por no poderlas llevar a casa por la mañana, alegando que teníamos dentista en el edificio contiguo. Nos dieron sus señas y se fueron a la parada de autobús. Tuvimos que entrar en la clínica dental y sentarnos en la sala de espera. Desde el autobús, se despidieron con la mano.

           Fuimos a nuestra cita con los compañeros para hacer intercambio de información, que en nuestro caso, iba a ser bien poca. El primero en hablar fue Méndez:

           ─Sentaros. ¿Qué queréis tomar?

           ─Coca-cola ─dije.

           ─Agua ─contestó Rafa.

           ─Hemos dado con el paradero de Rubén Alonso. Vive en vuestra calle, en un décimo piso cerca de vosotros. Creemos que espía a las chicas. Seguimos y anotamos todos sus movimientos. Dos agentes de la policía judicial de Castellón están colaborando con nosotros. No le hemos visto hablar con nadie, simplemente vigila a las chicas de lejos. Tened cuidado, este tipo está tramando algo ─nos contó Méndez.

           ─De momento solo somos compañeros de las chicas. Ellas no se relacionan con nadie y, por lo que nos ha dicho la hermana pequeña, creen que no tienen familia ─les informé.

           ─Hemos informado al juez sobre la situación y la próxima semana los de Castellón harán un interrogatorio a los amigos de Javier Alonso, a ver qué pueden sacar de ellos. Son padres de familia supuestamente respetables, pero pecan de borrachos igual que pecaba el padre de las chicas. Si encuentran algo nos lo comunicarán inmediatamente ─añadió Núñez.

           ─Si al menos pudiésemos entrar en su piso y meter algunos micrófonos, podríamos sacar algo más de información, pero de compañeros no pasamos ─apuntó Rafa.

           ─Yo una vez tomé ostras adrede, no veas lo mal que me sientan, para que me dejaran entrar en casa de unas señoras a vomitar y funcionó ─dijo Méndez.

           ─A mí también me sientan mal, no sé qué tienen esos bichos que no los aguanto, me voy patas abajo enseguida ─comentó Rafa.

           ─No se hable más, en la pescadería vi ostras el otro día, vamos a comprar una docena. Te las zampas, cogemos los micros, vamos a trabajar y, luego, con la excusa, cuando lleguemos a casa de las chicas, les dices que necesitas ir al servicio ─planifiqué.

           Nos despedimos de los compañeros hasta la próxima reunión y nos fuimos a la pescadería. Solo con verlas, la cara de Rafa se transformaba. Llegamos a casa a la una, se las comió con los ojos cerrados y tapándose la nariz con los dedos. A las tres menos veinte estábamos en su portal para recogerlas. Fue una tarde aburrida, el pobre Rafa aguantó como pudo, parecía un alma en pena. A las cinco, antes de salir, me dijo que no aguantaba más, se encontraba realmente mal y, como no nos fuéramos pitando, iba a soltar la pota allí mismo.

           Aunque Marina opuso resistencia, finalmente nos dejaron subir a su casa. Fedra acompañó a Rafa al servicio y luego volvió a la salita con nosotros. Cuando oí la puerta, les dije que yo me encargaba de limpiarlo todo, que no se preocuparan de nada. Había puesto un micro cerca de la ventana mientras Marina dejaba sus cosas, luego coloqué alguno más por la casa. El pobre Rafa parecía haber llegado de la guerra, menos mal que Fedra le hizo algún que otro mimo y se recuperó un poco.

           Al día siguiente las invitamos a cenar a nuestra casa, yo quedé encargado de la cocina porque si hubiese sido Rafa el cocinero habríamos cenado una tortilla y una ensalada. Rafa fue el encargado de ir a recogerlas. Les deleité con alguna de las recetas de mi abuela, que era una gran cocinera, y quedaron encantados. Marina estaba guapísima, nunca la había visto tan arreglada. Su cabellera pelirroja realzaba las encantadoras pecas que salpicaban su cara. Ella me desconcertaba totalmente, por momentos creía que yo le interesaba pero, en cambio, aquella impresión desaparecía fácilmente a las primeras de cambio. Algo en ella se rebelaba ante la idea de tener una relación. Rafa sabía que era el cumpleaños de Fedra, así que se encargó de comprarle una tarta y las velas. No podía consentir que su veinte cumpleaños quedara sin celebración. Marina se llevó un chasco, por lo visto aun no había felicitado a su hermana. Un abrazo y dos besos de Fedra solucionaron el desaguisado.

           Decidimos acompañarlas paseando hasta su casa, aunque estaban en la calle paralela, había que andar unos dos kilómetros, un poco más si íbamos bordeando el parque. Rafa me guiñó un ojo y noté que iba quedándose rezagado con Fedra. Yo decidí lanzarme al ruedo, cogí del hombro a Marina y apresuré un poco el paso. Guiñándole un ojo a ella, la convencí para dejarlos solos un rato. También era una oportunidad para mí, pues, al menos, no se había soltado.

           Comentó que su hermana era muy joven y que sentía que debía protegerla. Quise que entendiera que nadie nace sabiendo y que necesitamos vivir la vida para aprender. En un arrebato de pasión, le dije que me gustaba, que me había gustado desde el primer día que la vi. Ante su mirada, que no supe comprender, le dije que no tenía por qué decir nada. Mejor volverlo a intentar en otro momento más apropiado.

           Cuando llegamos al lago del parque, nos sentamos en un banco. Le solté el hombro, no quería violentarla más. Le confesé que Rafa estaba enamorado de su hermana, que era un tío legal y que nunca le haría ningún daño. Ella seguía preocupada por Fedra, como si todo el peso del mundo recayese sobre sus hombros, no pudo reprimirse y empezó a llorar en silencio. En aquel momento supe que no necesitaba una pareja, necesitaba simplemente cariño. Le volví a coger el hombro, apoyé mi cabeza en la suya y la dejé desahogarse. Cuando se serenó, regresamos a por los tortolitos.

          

Secreto entre hermanas (Parte II: Jorge y Rafa, 2005-2006) (2)

El Inspector Poveda nos había dicho que los únicos que conocían nuestra verdadera identidad en aquella empresa, eran los jefes, Paolo y Giovanni, y un tal Pérez de personal. Desconocían en qué consistía nuestra investigación pero, no obstante, no habían puesto ninguna objeción. Sabían que, en ningún momento, debían preguntar nada sobre el caso que investigábamos ni descubrir nuestra verdadera identidad. Nos iban a tratar como dos trabajadores más.

           Para facilitarnos la entrada en su círculo de amistades teníamos que vivir próximos a ellas, así que, durante esos meses se nos asignó un noveno piso de la Avenida Menéndez Pelayo, desde cuya galería veíamos las ventanas del salón y de la habitación del piso de las chicas, un séptimo de la calle paralela.

           Hicimos el traslado de nuestras cosas a nuestra nueva vivienda. Estaba amueblada y, aunque era pequeña, resultaba confortable. En realidad, nuestro edificio había sido diseñado por el mismo arquitecto que el edificio de las chicas, de modo que, resultaba fácil imaginar que la estructura de su piso era similar a la del nuestro.

           Tras la acomodación, nos dirigimos a las oficinas de personal de Paolo&Giovanni. Preguntamos por el tal Pérez. Nos atendió amablemente y nada en él reflejaba que sabía quiénes éramos. Recuerdo que pensé que nuestro inspector estaba equivocado y aquel individuo no podía saber nada de nosotros, algún gesto le hubiese delatado. Luego, recapacitando un poco, llegué a la conclusión de que aquel hombrecillo era un buen profesional y se limitaba a hacer lo que sus jefes le habían mandado, sin preguntarse en ningún momento qué pintaba la policía judicial en aquel edificio. Nos presentó al encargado y, éste nos acompañó a los vestuarios. En las taquillas teníamos el mono que debíamos ponernos sobre la ropa. Nos presentó a Marina y a Fedra y nos asignó las tareas correspondientes a cada uno. Directamente nos pusimos cada uno a lo nuestro. Cuando el reloj marcaba las nueve, subimos de nuevo al despacho de personal. Pérez dijo que tendría preparados nuestros contratos.

           La suerte quiso estar de nuestro lado, oí a una secretaria cómo saludaba a Marina y a Fedra. Iban a recoger la nómina. Vi cómo nos miraban disimuladamente. Contemplé a la hermana mayor, una pelirroja pecosa que era una preciosidad. Tenía las curvas bien marcadas y hablaba con total seguridad, por un momento olvidé dónde estaba.

           ─Jorge, ¿Piensa firmar el contrato o no? ─me preguntó un Pérez con cara de pocos amigos, al verme mirando hacia otro lado.

           Rafa, que ya lo había firmado y no se había percatado aún de la presencia de las hermanas, me pegó un codazo.

           ─Rafa, tío, que me has hecho daño ─le dije.

          ─Vamos Jorge, que a este paso no acabamos todo lo que nos queda por hacer y esta tarde empezamos  a las tres.

           Ellas se marcharon, nosotros salimos detrás y nos despedimos hasta la tarde con aire desinteresado. Cuando nos dimos cuenta, habían bajado por la escalera. Nosotros cogimos el ascensor. Al salir a la calle, decidimos ir a tomar un café para organizarnos un poco. Cerca de allí había un Café-Bar, se llamaba Menfis. Entramos y nos sentamos al fondo de la sala. El camarero se acercó para ver qué deseábamos tomar y en tres minutos nos contó media vida. Un tal Ramiro, muy campechano.

           ─Jorge, tío, los ojitos te hacían chiribitas mirando a la mayor. ¡No me digas que te gusta!

           ─…

          ─ Te recuerdo algo que me dijiste tú hace tiempo: «Donde tengas la olla no metas la…». Yo no me he fijado mucho en ellas, pero para mi gusto, la pequeña es la más guapa.

           ─No pienso olvidarme de donde tengo la olla, tranquilo. No he mirado mucho a la pequeña, sí creo que es guapa, pero si tuviera que elegir, sin duda escogía a la mayor.

           ─Oye, este sitio parece un antro, pero el café es estupendo. Tendremos que venir más veces ─dijo Rafa saboreando un sorbo.

           ─Silencio, chicas a las tres.

           ─¿Qué?

           Iban hablando ensimismadas y no se habían dado cuenta de nuestra presencia. Se sentaron justamente en la mesa del lado. Otra vez la suerte estaba con nosotros. Era la ocasión perfecta para acercarnos a ellas y hacer una primera toma de contacto.

           Las saludamos y les propusimos sentarnos con ellas. Marina me soltó un dardo envenenado intentando que las dejáramos tranquilas. Pero, por supuesto, hicimos oídos sordos y nos sentamos descaradamente en su mesa sin ser invitados. No podíamos desperdiciar aquella coincidencia.

           La conversación no fue demasiado extensa pero, al menos, lo que nos dijeron era cierto. Noté que Rafa miraba con gran interés a Fedra y, para mi asombro, me pareció distinguir que la chica le correspondía. Crucé unas breves frases con la dama de hierro que, parecía haberse percatado también del detalle y, de repente, tenía unas increíbles ganas de irse de allí. Cualquiera hubiese dicho que estaba protegiendo a su hermana de algo terrible. Solo obtuvimos una información que desconocíamos: Salían poco por la ciudad, pocas amistades tendrían.

           Cuando fuimos a pagar a Ramiro, descubrimos algo más.

           ─Trátamela bien chiquillo, no le des esos disgustos. Ayer me llenó la mesa de clínex de tanto llorar. Menos mal que hoy he visto un brillo especial en sus ojos. Se nota que te ha perdonado ─le soltó a Rafa.

           ─No se preocupe Ramiro, yo la quiero un montón y sé que al final todo volverá a su cauce ─le dijo un angelical Rafa.

           Nos fuimos de allí saboreando las migajas con las que nos habíamos encontrado.

           ─Pues no me ha parecido la chica que sale de un mal rollo con nadie. ¿Y a ti?

           ─A mí tampoco Jorge. Pero ese camarero se ha quedado feliz con mi respuesta. ¿Por qué lloraría Fedra?

           ─No lo sé. Anda, vamos a comprar algo en el mercado que hoy comemos a la una. A las tres continuaremos intimando ¿No?



Secreto entre hermanas (Parte II: Jorge y Rafa, 2005-2006) (1)

Eran las cinco de la madrugada cuando sonó el teléfono y, la verdad, me entraron ganas de pegarle una patada. Vi el número de la Comisaría, el deber me llamaba, no quedaba más remedio que abrir los ojos y contestar. Contesté con pocas ganas.

           ─¿Sí?

           ─¿Subinspector Hurtado?

           ─Sí.

          ─Soy Lourdes, le llamo de parte del Inspector Poveda. Debe presentarse en las oficinas inmediatamente.

           ─En quince minutos estoy ahí, Lourdes. Gracias.

           Un remojón bajo la ducha, un café, los vaqueros y el polo. Bajé zumbando hacia el garaje, cogí mi Ford Focus y salí hacia las oficinas. Bajo ningún concepto quería hacer esperar más de la cuenta al Inspector.

           Cuando llegué lo encontré mirando pensativo por la ventana, de espaldas a la puerta. Aquello no auguraba nada bueno. Cuando oyó el pomo de la puerta acristalada, se giró inmediatamente y tomó asiento en su mesa. Méndez, Núñez y Martínez estaban sentados frente a la mesa, expectantes.

           ─He venido lo más rápido que he podido. Lo lamento, si estaban esperándome ─me excusé.

           ─Siéntese Hurtado. Gracias a todos por haber venido cuanto antes. Quiero contarles dos casos antiguos que vamos a retomar. Tendremos que investigar con sumo cuidado y andarnos con pies de plomo.

           »Hace diez años un par de chicas aparecieron muertas en un pequeño municipio de Castellón. El Jefe de la Policía Local, Leandro, muy amigo mío, me contó el caso. Las chicas estuvieron la noche anterior en sus oficinas con la intención de presentar una denuncia que finalmente no llegaron a cursar. La única información que obtuvieron de ellas fue que dos hermanos gemelos las habían secuestrado en la estación de tren y luego las tuvieron retenidas en un almacén del que se habían escapado. Aparecieron muertas al día siguiente. Un confidente les confirmó que los hermanos hacían el trabajo sucio para unos mafiosos italianos. Buscaban estudiantes de Europa del Este, con buena presencia, que venían de vacaciones a nuestro país. Las secuestraban y las drogaban para entregarlas al siguiente eslabón de la cadena. Trabajaban en diversos puntos de España. El confidente les ayudó a elaborar este retrato robot de los hermanos gemelos ─nos lo mostró─. Al día siguiente apareció muerto por sobredosis en el Barrio del Carmen de Valencia. Intervino la policía judicial de ambas provincias pero el caso quedó sin resolver.

           »Hace cinco años, un par de hombres aparecieron muertos en aquel mismo municipio. El Juez Instructor avisó a la Policía Judicial de Castellón para que abriesen las oportunas diligencias e investigasen el caso. En ese momento, yo trabajaba de subinspector en aquella comisaría. Acompañé al Jefe al lugar de los hechos e iniciamos la investigación. Con ayuda de la Policía Local, identificamos a uno de los dos cadáveres. Era un vecino con fama de borracho, titular del inmueble donde se habían hallado los finados. Cuando vi su cara, me recordó vagamente a alguien, Leandro me confirmó que coincidía con aquel retrato robot que me dio cinco años antes. El otro cadáver era de un empresario polaco adinerado, que supuestamente estaba aquí en viaje de negocios. Ambos hombres presentaban heridas de arma blanca. Se halló una navaja abandonada en el suelo, con sangre de ambos en el filo. Se comunicó a los medios informativos que aquellas muertes fueron resultado de un ajuste de cuentas entre ellos. La realidad fue que el Juez tuvo claro, desde el primer momento, que allí hubo alguien más implicado. Otro caso más sin resolver.

           ─¿No estamos un poco lejos de Castellón? ─indicó Méndez.

           ─Sí, efectivamente, unos setecientos kilómetros. Esta mañana hemos recibido noticias indicando que el hermano gemelo se encuentra en esta ciudad y, por si fuera poco, las hijas del hermano fallecido también viven aquí ahora. Debemos seguir la pista del hermano y descubrir si es una casualidad lo de sus sobrinas. No me gustaría tener que investigar otro asesinato.

           ─¿Por dónde empezamos? ─dijo Núñez.

           ─Méndez y usted seguirán la pista del hermano e intentarán dar con su paradero. Quizá podamos reanudar la investigación del caso de las chicas muertas y, además, descubrir si tuvo algo que ver con la muerte de su hermano y del polaco.

           Sacó unas hojas de informes y se las dio a Méndez. Le indicó que debían seguir las pistas allí contenidas y colaborar con la unidad de investigación de la Policía Judicial de Castellón.

           ─¿Y nosotros? ─pregunté.

           ─Usted y Martínez se infiltraran en la vida de las chicas, conseguirán entrar en su círculo de amistades y descubrirán todo lo que puedan de ellas. No sé si ellas han tenido algo que ver con todo este sucio asunto, pero si no es ese el caso, creo que necesitarán protección. Ustedes las protegerán el tiempo que dure esta investigación.

           ─¿Cómo conseguiremos infiltrarnos en sus vidas? ─añadí.

           ─Las chicas viven aquí desde hace tres años. La mayor se llama Marina y tiene veinticuatro años. La menor se llama Fedra y tiene diecinueve. Trabajan de limpiadoras en la empresa de moda Paolo&Giovanni. En el departamento de personal de la empresa les están esperando para que firmen un contrato de seis meses como peones de limpieza.

           ─¡No me joda! ─solté sin poder reprimirme.

           Menos mal que al Inspector le hizo gracia mi salida y no le dio importancia. No era hombre dado a los chistes. Mi compañero simplemente arqueó los ojos y resopló.

           Nos había dado un dossier remitido por don Leandro, el Jefe de la Policía Local del municipio donde vivían antes las chicas. Sacamos sus fotos, se notaba que las habían tomado sin permiso. Una estaba detrás de la barra de un bar entregando una bandeja a alguien. Detrás indicaba que se trataba de Marina. La otra iba por la calle, con una mochila colgada a la espalda y unos libros en la mano. Detrás indicaba que se trataba de Fedra. Eran unas fotos bastante malas.

           Don Leandro nos envió una carta donde indicaba que la mayor estuvo trabajando como camarera en un restaurante de la población desde los dieciséis años. Cuando sucedió lo de su padre, ella tenía diecinueve años y la pequeña catorce. Como su madre había fallecido unos años antes, se quedaron huérfanas. La hermana mayor fue nombrada tutora legal de la hermana menor. Se desconocía la existencia de familiares con vida. Los dueños del restaurante, una pareja sin hijos, se hicieron cargo de ellas hasta que la pequeña finalizó la secundaria. En ese momento, las chicas vinieron a esta ciudad y empezaron a trabajar de limpiadoras gracias a un contacto de los dueños del restaurante.

           Rafael Martínez, más que mi compañero, era mi amigo. Hacía cinco años que trabajábamos juntos. Sería fácil hacer ese trabajo con él.

           Cuando leyó las notas de don Leandro, el rostro de Rafa se ensombreció. Él también era huérfano. Sus padres murieron en un accidente de tráfico hacía cinco años. Entonces él tenía veinte años y ya llevaba un año trabajando en la policía judicial de Castellón. No pudo quedarse allí con sus recuerdos y pidió el traslado a esta Comisaría.

           Recordé cuando nos presentamos: «Rafael Martínez, agente novato. Será un honor trabajar con usted», «Jorge Hurtado, subinspector veterano. Yo también he sido agente novato y sé que toca un poco los cojones hablar de usted al jefecillo de turno. Llámame Jorge». Rafa, más que amigo, me consideraba como el hermano mayor que nunca tuvo.



Llega la Navidad

Cada veinticinco de diciembre, la historia nos recuerda el nacimiento de Jesús, el portal de Belén se instala en nuestra casa y tocando panderetas y zambombas cantamos villancicos con la familia.

Han pasado 2010 años y, tal como hicieron nuestros antepasados, seguimos recordándole. La Navidad se adueña de nuestros corazones y nos hace sentir más felices, más cercanos a la familia y más amigos de nuestros amigos.

Sin darnos cuenta nos dejamos contagiar por el espíritu navideño. Los regalos materiales no importan, son esos detalles, esas pequeñas cosas que nos hacen ver Qué bello es vivir. ¡Qué gran película!

Olvidemos la temible crisis económica que azota el mundo en que vivimos y aunque solo sea por unos días derrochemos amor a cada paso.

Feliz Navidad!!


          

Secreto entre hermanas (Parte I: Marina y Fedra, 2005-2006) (6)

Tras pasar por las expertas manos de un peluquero y una maquilladora, ayudé a Fedra a ponerse el primer vestido. Estaba radiante y tranquila, yo, en cambio, tenía un nudo en el estómago. Dana nos dijo que ella sería la última en salir en cada uno de los tres pases. Gran parte de la puesta en escena la realizaban las primeras modelos. Visto el juego sucio de Marusha, las otras modelos habían acordado reubicarse en la pasarela, de modo que Fedra solo tenía que aprender tres o cuatro cosas. Todas le infundieron ánimo y ella les mostró su agradecimiento. No sabían que aquel iba a ser su primer pase profesional. Algunas de ellas habían tardado tres años o más en llegar a la posición que ocupaban.

           Detrás de la pasarela, en la gran sala-vestidor donde me encontraba, había una pantalla que mostraba lo que estaban viendo los asistentes al desfile de moda de Paolo&Giovanni. Estaba llena de fotógrafos y periodistas de diversas revistas de moda, incluso un par de cámaras de televisión. La emoción me embargaba a cada paso que mi hermana daba en la pasarela. El primer pase fue bien, el segundo estuvo impecable y el tercero fue sublime. Al finalizar el acto, unos satisfechos Paolo y Giovanni salieron a saludar. El primero ofreció su brazo a Nadia (una de las modelos estrella de la casa), el segundo ofreció su brazo a mi hermana. Me dio un vuelco el corazón cuando vi cientos de flashes reflejados en su sonriente cara. A partir de aquel día, nada sería igual, Fedra aparecería en todas las revistas de moda conocida y, seguramente, en algún canal televisivo.

           Había un picoteo en recepción y, por supuesto, fuimos invitadas. Hablamos con diferentes personas que nos iban presentando, de algunas ya no recuerdo ni el nombre. Finalmente volvimos a ponernos los vaqueros y salimos de allí. Dana me había entregado una agenda con el guión a seguir a partir del día siguiente. Cada vez que lo miraba, la cabeza me daba vueltas. Necesitábamos llegar a casa y tirarnos en el sofá a descansar, sin nadie que nos molestase. Al día siguiente, ya veríamos.

           Fedra no paró de hablar durante nuestro paseo hacia casa, tenía demasiadas sensaciones que contarme. Cuando llegamos, el cansancio se apoderó de nosotras. Había sido un día demasiado intenso, nos sentamos en el sofá y encendimos el televisor. Nos preguntábamos qué habría sido de Jorge y Rafa. ¿Habrían ocupado nuestras plazas vacantes? ¿Sabrían algo de nosotras? Ninguna de las dos teníamos la respuesta. Pero no tardamos en descubrirlo.

           Sonó el interfono, alguien llamaba a nuestra casa. Me levanté sin ganas y me dirigí al telefonillo.

           ─¿Quién es?

           ─Somos nosotros, Marina ─contestó Jorge.

           Accioné el interruptor y les dejé subir. No le dije nada a mi hermana. Cuando llegaron, fue Jorge quien empezó a hablar.

           ─Estábamos preocupados por vosotras. En Personal nos han dicho que habíais dejado las plazas vacantes y que, si nos interesaba, nos prorrogaban el contrato un mes. No sabíamos qué decir. Te llamé varias veces esperando una explicación pero siempre me salía el buzón de voz. Debes tener unos doce mensajes míos. Al final hemos aceptado la prórroga, un mes más de sueldo siempre viene bien. No sé si hemos hecho bien aceptando, lo último que quiero es robaros algo que por derecho os pertenece.

          ─No te preocupes Jorge, hemos abandonado esas plazas voluntariamente ─le dije con voz tranquilizadora.

           Rafa, que no podía aguantarse más, me preguntó si Fedra estaba en casa. Los invité a pasar a nuestra salita.

           ─Fedra, mira quién ha venido a visitarnos.

           ─Hola chicos, ¿Cómo estáis?

           Antes de que ellos articularan una palabra, le contesté yo.

           ─Estaban preocupados por si nos pasaba algo. Han aceptado la prórroga.

           Rafa vio la cara de alegría de Fedra y no pudo resistirse.

           ─¿Sabíais que nos iban a ofrecer vuestro puesto?

           ─Sí.

           ─Chicas, me parece que nos tenéis que explicar muchas cosas

           Los dos se sentaron y mi hermana empezó a explicarles, a grandes rasgos, todo lo que había ocurrido. Yo me dirigí a la cocina a preparar café. Cuando volví con la bandeja, los tres reían felices.

           ─Mañana mismo pienso comprar todas las revistas de moda que haya en el quiosco ─dijo Rafa.

           ─¿Me dejarás verlas, no? ─añadió Jorge.

           ─Vista una, vistas todas ─les comentó Fedra.

           ─Es cierto, no hace falta que te gastes tanto dinero Rafa, son muy caras. Dales una ojeada por encima y compras aquella en la que la veas más guapa ─le apunté.

           Mientras manteníamos aquella conversación animada aparecieron imágenes del desfile de moda de Paolo&Giovanni en la pantalla del televisor, en ninguna aparecía mi hermana. Nos quedamos callados instantáneamente y, al fin apareció, preciosa toda ella, cogida del brazo del señor Giovanni, en el apoteósico final del desfile. El locutor hizo hincapié en un comentario realizado por ambos diseñadores a diversos medios de comunicación: «Su nueva modelo, Fedra, pronto llegaría a ser reconocida internacionalmente». Aquello nos dejó sin habla. Tras el impacto, quise despertar a mi hermana de aquel sueño.

           ─Baja de esa nube cariño, no olvides que siempre hay que poner los pies en el suelo y esta historia aún está muy verde. Esperemos a ver lo que nos depara el mes.

           ─No sé Marina, creo que los nervios me están entrando ahora. ¿Estaré a la altura de lo que ellos esperan de mí?

           ─¡Claro que lo estarás princesa, no hay más que verte en la pasarela! ─le animó Rafa.

           ─Ya verás, no habrá quien te pare, con tesón y confianza llegarás muy lejos ─confirmó Jorge.

           Nos comentaron que durante esos días no se habían puesto en contacto con nosotras porque habían estado atareados presentando su currículum en diversas empresas. Aquella ciudad les gustaba mucho y no estaban dispuestos a dejarnos solas allí. Nos dejaron satisfechas con su explicación. Al menos, teníamos dos amigos que se preocupaban por nosotras.

           Cuando se despidieron, Fedra comentó que aquel era el día perfecto para escribir una carta a Elisa y Manuel y contarles cómo nos iba en la vida y en el trabajo. Les alegraría mucho saber que nos relacionábamos con dos chicos. Aun no les habíamos dicho que conocíamos a Jorge y a Rafa. Estábamos en deuda con ellos y nuestra gratitud no podía medirse con una escueta carta vacía de contenido, les contaríamos lo que sentíamos de verdad, nuestros miedos y nuestras alegrías. Para nosotras, habían sido como unos padres.

           Una apretada agenda empezó a partir del día siguiente: gimnasio, salón de belleza, pruebas y más pruebas, desfiles y más desfiles, viajes y más viajes. Con el tiempo, llegué a sentirme como pez en el agua.

           Jorge y Rafa eran asiduos en nuestra casa. Nos acompañaban a los actos a los que podíamos llevar pareja. Su buena presencia no desentonaba en el ambiente glamuroso de aquellas celebraciones y nos ayudaba a tener los pies en el suelo. Solo los jefes sabían que proveníamos del bajo escalafón de la limpieza de la casa, lo cual no parecía importarles en absoluto.

           Yo no podía olvidar mi pasado, quién era, ni lo que había hecho. Fedra, en cambio, era feliz, consiguió dejar de llorar por los rincones.

           Había pasado un año desde que iniciamos aquella aventura y la relación entre Rafa y Fedra se convirtió en una relación bastante formal, cosa extraña en el mundo de la moda. Rafa estaba realmente enamorado de mi hermana y Fedra bebía los vientos por él. Creo que si él le hubiera pedido, en algún momento, que lo dejara todo, ella lo habría hecho.

           Jorge permanecía a la espera, paciente, disfrutando únicamente de mi compañía. Reconozco que me sentía bien con él.



Secreto entre hermanas (Parte I: Marina y Fedra, 2005-2006) (5)

Llegaron a las nueve, puntuales, ambos vestidos sport, nosotras también.

           ─¿Con qué sorpresa nos vais a deleitar? Que conste que yo me curré la cena cuando os invitamos la otra noche a nuestra casa.

           ─Pues bien Jorge, os vamos a deleitar con unas pizzas de la pizzería de la esquina. En cinco minutos estarán aquí. Pero no te preocupes, también tenemos un buen Peñascal y una tarta de nata ─le contesté sonriendo despreocupada.

           ─Me va a parecer la cena más maravillosa del mundo. Es la primera vez que te veo sonriente y eso, para mí, es el mejor manjar que pueda imaginar ─dijo mirándome embelesado.

           Mi hermana y Rafa se dieron cuenta del detalle, lo noté en sus miradas. Aquel comentario de Jorge me había dejado aturdida, pero bajé de la nube en la que estaba flotando y volví a enfundarme con la máscara protectora.

           Al terminar la cena, y tras una buena tertulia, en la que hablamos de mil detalles de nuestra rutina diaria, nos despedimos hasta el día siguiente. Teníamos que madrugar para ir a trabajar.

           Cuando quedaban dos semanas para que Jorge y Rafa terminaran su contrato, en el departamento de personal les comunicaron que sus servicios en la casa habían terminado, debían disfrutar de sus vacaciones y volver a finales de mes para recoger la documentación y el finiquito correspondiente. Se despidieron de nosotras con una amplia sonrisa y con la típica frase: «Seguiremos en contacto». Cuando nos lo contaron, una sombra de tristeza invadió la cara de Fedra, supongo que algo parecido debió pasar con la mía. Ellos habían sido nuestros primeros amigos y la sola idea de perderlos nos pareció un castigo innecesario. Sabíamos que la empresa iba muy bien y que los pases privados de nuestra planta seguirían realizándose, por lo que suponíamos que seguía siendo necesario limpiar con precisión. Algo escapaba de nuestro entendimiento pero el mundo laboral es así de cruel a veces.

           Los días siguientes no hubo noticias de ellos. Mi hermana parecía un alma en pena paseando el carro de limpieza por pasillos y despachos. Yo, que siempre había sido su pañuelo de lágrimas, no conseguía consolarla. Como me temía, Rafa había roto el corazón de mi hermana, quién sabe si Jorge había agrietado el mío.

           Finalizaba el mes, cuando un preocupado señor Paolo, carraspeando, asomó la cabeza por la puerta del servicio de señoras que estábamos limpiando.

           ─Disculpen mi atrevimiento, al ver el carro en la puerta he supuesto que estaban aquí limpiando. La necesito de nuevo señorita Fedra. ¿Puede ayudarme?

           ─¿Qué sucede señor Paolo? ─le preguntó.

           ─Como imagino que sabrán, hoy tenemos pase en la primera planta y Marusha (una de sus primeras modelos) ha decidido hacerme una jugarreta en el último momento, se ha ido a la competencia. La necesito señorita, necesito que usted ocupe su lugar. A tres horas del pase, comprenderá que no puedo hacer nada. Al final del desfile, las diez modelos deben salir con el último vestido que han llevado. Sería demasiado pesado para las otras chicas tener que desfilar con los tres vestidos de Marusha y, todo el mundo notaría que falta una modelo. Sé que no tiene formación pero sé que es capaz de hacerlo. Si lo consigue, no le quepa duda, este será su salto a la fama. Por supuesto, su hermana podrá ser su ayudante. ¿Qué me dice?

           Los ojos de mi hermana se iluminaron como estrellas, me miró con miedo, como pidiendo permiso, solo acerté a asentir moviendo la cabeza.

           Un estirado señor Giovanni hizo también su aparición en el servicio de señoras.

           ─Buenos días señoritas, lamento el retraso. Supongo que Paolo ya les habrá puesto en antecedentes. Señorita Fedra, si es tan buena como dice mi hermano, le aseguro que ésta es su oportunidad. ¿Lo ha decidido?

           Ni siquiera sabía que eran hermanos, siempre había creído que eran unos socios bien avenidos. El señor Paolo, moreno y de ojos oscuros; el señor Giovanni, rubio y de ojos azules: curiosidades de la genética.

           Mi hermana, aún temblando ante la oferta del señor Paolo, se quedó petrificada ante la presencia del señor Giovanni. Él parecía un gigante de acero, imponía respeto por donde pasaba. Su rostro impasible en el trabajo, se convertía en el encanto personificado cuando estaba en la pasarela. Tenerlo allí haciéndole esa pregunta, la dejó desconcertada. Tenía que decidirse ya, esa era su oportunidad y no podía desperdiciarla porque los nervios le jugaran una mala pasada. Me acerqué por detrás y le di un pellizco. Finalmente dijo algo.

           ─Si ambos creen que merezco esta oportunidad, no voy a dejarla pasar. Estoy dispuesta a hacerlo siempre que, como ha dicho el señor Paolo, tenga a mi hermana como ayudante ─su voz era firme, no delataba su temor a perderlo todo poniendo esa condición.

           ─Bien señorita, me alegro. Ya nos imaginábamos que, en el lote, tenían que ir las dos. Pasen por el departamento de personal a firmar el contrato, acabo de venir de allí y ya he dado las instrucciones precisas, sabía que Paolo no se equivocaba con usted. De momento están a prueba. Si todo va bien, este contrato mensual será prorrogado por más tiempo. Si al final todos nos hubiésemos equivocado, no se preocupen, su lugar en el equipo de limpieza seguiría reservado para ustedes. Imaginen que les hemos concedido una excedencia de un mes en su trabajo de limpiadoras ─dijo el señor Giovanni, mostrando la mejor de sus sonrisas estudiadas.

           Ambos se acercaron y nos estrecharon las manos a las dos. Debíamos ir rápidamente a personal, luego presentarnos en la primera planta y seguir las instrucciones de la señora Dana, ella nos diría cómo funcionaba aquel mundo desconocido. Cuando nos íbamos, escuchamos al señor Paolo hablando por el móvil.

           ─¿Pérez? Llame a Jorge y a Rafa, los que limpiaban aquí, y dígales que vengan inmediatamente, sus vacaciones han sido suspendidas. Su contrato está prorrogado por un mes más. Dese prisa, dígales que hoy continúen a partir del servicio de señoras, es ahí donde se han quedado Fedra y Marina. Si es preciso, que terminen más tarde. Todo debe estar a punto a las doce, no lo olvide. Si hay problemas, me da un toque.
           Aquella noticia, oída al vuelo, fue la inyección de adrenalina que Fedra necesitaba. Caminaba más segura que nunca, sus miedos habían quedado atrás.

           La señora Dana miró a mi hermana desde todos los ángulos, se fijó en su cara detenidamente, quitó la pinza del pelo de mi hermana, echó sus hombros hacia atrás y le levantó la barbilla.

           ─No me llaméis señora Dana, eso me envejece. Soy sólo Dana ¿De acuerdo?, Bien Fedra, si el señor Paolo dice que vales, es que vales. Tienes un cuerpo fantástico y una cara preciosa. ¡Hoy vamos a hacerte brillar en el firmamento! ¿Verdad Marina?

           Solo le devolví una sonrisa. No supe qué decir, pero estaba dispuesta a hacer lo que hiciese falta para que mi hermana fuese el centro del universo.

           Dana había recibido órdenes de los jefes y eso lo notamos enseguida. Nos presentó al equipo, incluidas las nueve modelos que iban a compartir pasarela con mi hermana. Aquella sala-vestidor estaba llena de gente: las chicas, los peluqueros, las maquilladoras, las ayudantes, el personal de confección y quizás alguien más.

           ─¡Un momento de silencio, por favor! ─dijo Dana pegando un grito en lo alto de una tarima elevada─. Esta es Fedra, una joven modelo recién llegada a nuestra casa. Espero que le ofrezcáis una calurosa bienvenida.

           Un estruendoso aplauso sonó inmediatamente. Todas las miradas se posaron en mi hermana. Habíamos tenido que cambiarnos de ropa, el señor Paolo se había encargado de todo. Nadie necesitaba saber que hacía solo media hora estábamos limpiando retretes. Dana, que era la única que conocía nuestra situación en esa sala, prosiguió con las presentaciones.

           ─¡Silencio, aun no he terminado! Fedra va a sustituir a Marusha en el desfile de hoy, os ruego seáis benevolentes con ella, no ha podido estar en los ensayos. ¡Ayudadla! También quiero presentaros a Marina, ella es su hermana, y es, a la vez, su ayudante y su representante.

           Algunas personas me lanzaron un saludo afectuoso y me dieron la bienvenida. ¡La suerte estaba echada!